DIOSES DE HOMBRES Y DIOSES DE MUJERES


Antes del establecimiento de la agricultura como fundamento de la economía, es decir, cuando la caza y recolección aportaban la base alimenticia, los hombres partían con el inicio de la primavera a los campos de caza mientras, en los bosques que poblaban las laderas forestales, las mujeres comenzaban la recolección de frutos, bayas, raíces, hojas, cortezas de árboles y hierba para alimento de personas y animales domésticos.

El momento de la partida ha quedado inmortalizado en el transfondo de los mitos agrícolas en lo que, con certeza, era motivo de representación teatral, con el adecuado acompañamiento musical. Antes de la partida, los hombres debían proteger el poblado y se talaban, con el consabido ritual, los árboles correspondientes para la construcción de empalizadas, lanzas y herramientas. Las primeras lanzas de que tenemos noticia, en Alemania, medían alrededor de dos metros y se habían tallado a partir de un tronco joven, con estrechos círculos de crecimiento por el frío clima, del tronco de una picea, especie de abeto de climas muy boreales, hace más de 400.000 años.

Para los cazadores, como para los viajeros o marinos, lo importante era reconocer la senda de regreso, así como hallar los lugares de caza, cada vez más remotos según el clima más cálido y la depredación ahuyentaban las presas. Por ello sus dioses formaban parte de la naturaleza, eran sus elementos, descritos de forma más o menos velada o poética. El sol, la luna, los astros que indicaban las rutas, las nubes y los vientos, con sus efectos diversos para el clima, eran las fuerzas que guiaban a los rebaños y los hombres con ellos.

Muchos años, a la hora del regreso del fin del verano, la horda de cazadores no regresaba o lo hacía mermada por desgracias sin cuento, lo que podía suponer la inanición para el grupo antes del fin del invierno. Esta dependencia dramatiza muy conscientemente para sus protagonistas el acto de la despedida.

Al mismo tiempo, los jóvenes sin edad de cazar quedarían como “reyes” temporales de sus cabañas y chozas, como ocurre en muchas tribus de Africa, recibiendo de sus padres una consagración simbólica. La aparición de la primavera, los primeros brotes, no tienen para la naturaleza fecha fija, dependiendo de factores de frío y calor ajenos a ecosistemas locales y que dependen de factores imponderables. Por ello se la forzaba a regresar invocando lo que conocemos como magia “simpática”, poniéndose en su piel y sufriendo lo que ella sufre, compartiendo el pathos.

Otro factor importante es la segura preñez de las mujeres fértiles de la tribu o clan, tras un otoño e invierno de cohabitación. Así, en el ritual de Akitu, año nuevo del equinoccio de primavera, cuando se inicia el ciclo vital telúrico, Ninurta, uno de los muchos dioses protectores de la caza y los cazadores –uno por clan o ciudad hasta que las más poderosas impongan a quien irá asumiendo los nombres y los poderes de las sometidas– será la pareja de Ninhursag, “Señora de la Montaña Pura” y protectora del parto como la diosa Nintu.

Esta unión hierogámica de rey y diosa tiene dos objetivos paralelos, reafirmar la autoridad del rey como sumo sacerdote y poseedor del poder divino y, por otra parte, fecundar la tierra y los animales con el semen “primordial” del rey, para que, en su momento, las hembras paran y las plantas germinen y florezcan.

La virilidad del rey se pondrá a prueba cuando la constelación de la Espiga desaparezca del cielo, justo antes de la cosecha, y podrá costarle la vida o la corona. (Cronos, Χρονοσ: tiempo, período; κρουο, golpear; κρειον, el más fuerte. También corona, cuervo y cráneo derivan de la misma raíz. La época de Kronos era para los helenos el recuerdo de cuando tuvieron reyes agrícolas, sujetos a reinados a tiempo fijo que podían acabar con la muerte ritual del rey: ο κρατον παντον, el amo de todos).

El hecho revelador es que la constelación de la estrella Spica, Virgo, desaparece del cielo vespertino a comienzos de septiembre y, hace 2.000 años, a causa de la precesión equinoccial, desaparecía un mes antes; hace unos 4.500 años desaparecía por el horizonte oeste a principìos de julio, después de haber pasado los meses de primavera en el cielo, acompañada del Boyero Arkturos, su esposo el rey pastor Dumuzi-Tammuz-Adonis-Atis que muy posiblemente se identificaba unida a la actual constelación del Cisne pero representando una palmera, y la constelación del León, símbolo de los reyes cazadores: Eris o Erra (un antiguo demonio de la peste que llegará a ser Ares y su hijo Eros), Ninurta, Nergal, Gilgamesh, Herakles (Hércules) o Teshub (Teseo).

Si cupiere alguna duda ésta quedaría desterrada por el hecho de que Tammuz es también el nombre del cuarto mes del calendario babilonio, correspondiente a junio-julio, exactamente cuando Virgo-Inanna desaparecía bajo el horizonte hacia el Kigal, infierno donde reina Ereshkigal, su hermana y ella misma en su cara más violenta, la Ma Ceres o Deméter y su hija Core o Perséfona (“La de voz destructora”) griega y Proserpina y romana.

Así, a lo largo del año, los grandes poderes cambian siendo los mismos pero siendo diferentes y la diosa que fué abuela en invierno renacerá como joven ninfa en primavera; será la novia raptada en verano y, en otoño, la madre prisionera (Penélope) de la antigua serpiente y reina del infierno, ella misma como la abuela primigenia, en invierno otra vez. Afirma R. Graves: “La hija de Equidna, la Quimera, que está representada en un edificio hitita de Karkemish, era un símbolo del año sagrado tripartito de la Gran Diosa: el león simbolizaba a la primavera, la cabra al verano y la serpiente al invierno”. Y también “Dioniso se manifestaba como león, toro y serpiente porque estos eran los emblemas del año tripartito en el calendario. Nacía en invierno como serpiente (Abraxas, el Ouroboros), de aquí su corona de serpientes, se convertía en león en la primavera y lo mataban y devoraban como toro, cabra o ciervo en el solsticio estival”. De ahí el origen de las esfinges, símbolo primero de la Diosa Blanca (Leukotea) y más tarde de los paredros del sol.

El cuarto nombre estacional de los indoeuropeos y su calendario solar, correspondiente al otoño, era el dedicado a Dionisos, Bagha de los vedas y Baccus en Roma, dios de la embriaguez mística, cuyo símbolo más conocido es la sepiente que se muerde no la cola sino su otra cabeza, que representa un año nuevo o el nuevo rey comiéndose al año viejo, como el Ianus romano, es decir, alimentándose ritualmente del cerebro del antiguo rey, como sabemos de muchos casos. Según el oráculo de Colofón, ciudad próxima a Mileto y tal vez perteneciente a la Caria o Arzawa para los hititas, el sol era un carnero en primavera (Zeus-Varuna-Ahura Mazda), un león en verano (Helio-Surya-Yima), una serpiente en otoño (Hades-Abraxas-Aingra Mainyu) y un toro en invierno (Dionisos-Bagha-Mitra).

Dionisos-Bagha (Baccus)-Mitra nace, como niño sol, en el solsticio de invierno, concretamente el 25 de diciembre, desde hace varios miiles de años y detrás de él se esconde el mito del Mesías o Saoshyan de los magos y Mahdí de los musulmanes, un mundo secretísimo, sólo accesible a los iniciados en sus ritos, que cuenta con miles de años de elaboración y desarrollo, todavía vivo hoy en día, en el que el uso de drogas enteogenas tiene una influencia de gran amplitud. Para este tema en general remitimos al lector a la obra del profesor Antonio Escohotado “Historia de las Drogas”.

En cada ciudad el dios tomará diversos nombres que serán asimilados como lo serán los templos, sus nuevos dioses y las dinastías que gobiernen. Los dioses de Nippur se comieron a los de Eridú, Lagash o Uruk cuando Enlil y sus reyes se impusieron a los de aquellas ciudades. Y Ea creció sobre su idéntico Enki sumerio robándole a éste y aquel sus Me o poderes divinos y humanos, cuando los semitas de Akkad se impusieron a los sumerios de Eridú, Lagash, Nippur o Babilonia. Esta última y su dios local, Bel Marduk (Señor Carnero del Sol), tendrán después la hegemonía y así hasta la fecha.

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