Al Jazira: Cosmogonías de Asia Menor (1)
La diosa Inanna sumeria, Ishtar o Ishara acadia, Potnia Theron (Señora de las Bestias) o Ceres-Leukotea, la triple diosa blanca helénica
“Al Jazira”, en árabe actual, significa “la isla” y ése es el nombre que los herederos de los pueblos indígenas de las antiguas civilizaciones de Kengir (Sumer), Ashshur (Asur) y Akkad dan a lo que nosotros llamamos Mesopotamia, del helénico “entre-ríos”.
En la etimología de Al Jazira penetramos un simbolismo lejano en cinco mil años a nuestros días pero, como veremos, mucho más cercano a nuestra cotidianeidad de lo que jamás hubiéramos pensado. Ni los árabes ni los medopersas de las dinastías aqueménidas ni otros antiguos pueblos usaron determinados sonidos o letras, por algún tipo de tabú. En este caso ninguno de los dos pueblos que, desde el sexto milenio ane., se disputaron o compartieron aquellos dominios, semitas o indoeuropeos, usaba las vocales e y o. Por ello, ante las numerosas “e” sumerias deberíamos pensar en un sonido i, u, a, como las iota e ipsilon griegas o las diferentes formas de la a árabe.
El problema del origen, indígena o extranjero, de los “cabezas negras”, como se autodenominaban los antiguos sumerios, sigue vivo. Las Tierras Negras o Montañas Negras, meluhkha, que citan sus textos, son para los más la posible costa de Pakistán o la desarrollada región del Indo –Mohenjo Daro, Harappa y decenas de otras ciudades dotadas, a mediados del tercer milenio ane. con canalización urbana para aguas limpias y fecales– que mantenía comercio con el Golfo Pérsico, Omán o las costas de Etiopía desde hacía mucho tiempo.
Sería fácil aceptarlo y negar una evidencia que destaca en la primera mirada a un mapa de la región de Asia Central, Irán, Turkestán o Uzbekistán, contiguos al territorio mesopotámico y por donde, continuadamente a lo largo de todo el período histórico conocido, fluyen ríos de pueblos hasta aquel paraíso de los agricultores: las montañas negras y las tierras negras existen, hoy en día, con el mismo nombre y casi la misma grafía, como no ha cambiado el nombre de nuestro Tigris, Idiglat: “la flecha”, en acadio y Dijlá en árabe actual, cuatro mil años después (la “t” final femenina no se pronuncia en árabe).
Hablamos, claro, del macizo montañoso de Kara Korum, literalmente ”Montañas Negras”, contiguo al enorme “desierto” de Kara Kum, “Arenas o Tierras Negras”. La denominación de Tierra Negra viene dada por la extrema calidad de ese suelo, procedente de miles de años de sedimentación fluvial, aunque el cambio climático desde la última glaciación, unido a la definitiva intervención humana – muy concretamente al desvío realizado hacia el fin de la dinastía aqueménida o principios de la arsácida (s.III ó II ane.) del cauce del río Oxus (Amu Darya) que antiguamente desembocaba en el Mar Caspio mientras hoy lo hace en el Mar Aral – ha agostado el caudal de los ríos que desaparecen en el subsuelo o por evaporación.
Es el país de la antigua Samarcanda, Maracanda, capital de la República de Uzbekistán, circundada también, como una isla, por dos ríos hermanos, hijos de un padre que procede de altas cumbres, en la cordillera del mismo nombre, el Zeravsan (del chino Shan: cordillera), antiguo Zarvan, y sus bifurcaciones, el Kara Darya –río negro– y el Ak Darya, río blanco. Este país (istán) se denominó Mawarannar en árabe y antes la Chorasmia, Khorezm y la Sogdiana, Hyrkania o Arkanos, posiblemente “País del Sol”, pues Arka es uno de los nombres indoeuropeos del sol, Surya; en persa aqueménida se denominó Varkana “tierra de lobos” y los escitas que la ocupaban çaka haomavarka “escitas lobos del soma”.
En estos territorios las tribus indoeuropeas cabalgaban los mejores caballos del mundo, los “caballos del cielo” de la Ferghana, al este de Uzbekistán, donde se halla el lago Kara Köl (Lago Negro), el lugar donde habían sobrevivido a los peores años de frío y hambre en sus cuevas y valles aislados por un círculo de hielo de ocho mil metros.
Al otro lado de las montañas, al sureste, en dos valles similares y gemelos, dos grandes civilizaciones se desarrollaban paralela y divergentemente, según el clima empeoraba: los mongoles en Takla Makán y los chinos en Gobi. Cuando el calor obligue a emigrar a los últimos agricultores, las grandes civilizaciones agrarias que adoraban a la diosa de una tierra madre y generadora de vida, adoptarán la perspectiva del nómada y mirarán al cielo para no perderse por las estepas.
Con la casa a cuestas, en camello o en el carro tirado por bueyes castrados y más tarde, protegiendo la horda, con carros ligeros tirados por caballos y una caballería armada con arco curvo y lanzas de tejo con punta de cobre o bronce, doble hacha y una cota de malla hecha de placas de cuero, además de una espada corta, ganado transhumante y una estepa recién descongelada para conquistar, muchos escitas se diseminaron por Asia en todas las direcciones y se mezclaron o compitieron con chinos y mongoles en una gran nación, la estepa, con unas reglas muy antiguas e iguales para todos que, en época de Gingiz Khan se llamaban Yasak. Había conflictos, pero se dirimían dentro del clan y era la gedrusía, consejo de ancianos (Panku hitita), la que decidía. La mayor pena solía ser el destierro y desarraigo aunque se daba la pena de muerte por asesinato.
No tenían reyes y, en caso de conflicto, elegían un bek, arjó (αρχω) o estrategós que desaparecía de escena al concluir el conflicto.
Los llamados vagamente escitas se denominaron en Asia Central, en tanto que pertenecientes a la nación nómada de la estepa, desde Mongolia hasta las llanuras del norte europeo que desembocan en Francia, “Turk”: montañeses, pues en las alturas, con sus ganados, pasaban la mejor parte del año, el deshielo y el verano. Al fin del buen tiempo se descendía a los pastos de invierno, en los valles, para la caza, la pesca y la recolección, más una agricultura de inundación que mantenía tal vez una parte sedentaria del clan. Posteriormente, desde época helenística, se les llamará tribus alanosarmáticas y en los mapas la Escitia pasará a ser la Sarmatia.
El estandarte de Ur
La lengua sumeria tiene afinidades con la lengua turca, del tronco uralo- altaico, pupurri de todas las lenguas habladas en Asia Central, como es el latín para las lenguas europeas. Sólo que el turco sigue vivo y ese pueblo no ha dejado nunca de estar ligado a los conflictos de Asia Menor: sasánidas y selyúcidas eran turcos, es decir, descendientes de los escitas indoeuropeos que durante los milenios postglaciares se extendieron por Europa y Siberia hasta alcanzar los límites boreales, manteniendo una concepción de Gran Tribu basada en el antiguo parentesco entre tribus y clanes. Hacia el cuarto milenio ya existía en toda Asia un concepto de gran país sin fronteras unido por las rutas comerciales, terrestres y marítimas, donde los territorios de nomadeo estival o sedentarismo hiemal se hallaban bien delimitados. Cada urdu tenía sus propios territorios.
Urdu, en uigur, pashtu, turco y otras lenguas de Asia Central significa tienda o campamento, la guer circular mongol, mal llamada yurta (en turco, país, territorio). El conjunto de tiendas que forma una horda no tiene un ligamen necesariamente étnico o familiar, es gente que por las más variadas razones, y nunca de forma definitiva pues en la estepa la libertad es amplia y las normas relajadas, comparte un territorio y defiende intereses comunes: la horda es el clan, la tribu y la nación.
Desde el fin de la glaciación (Ca.10.000 ane.), tal vez a causa del acercamiento del planeta al sol dentro de su movimiento de precesión equinoccial de 25.600 años, la franja de fértiles valles del Sahara, Arabia, Karakum, Kizilkum, Akkum (hoy Betpak Dala: “la estepa del hambre”), Takla Makán y Gobi (Gov o Gobi, en mongol, “desierto”), vió desaparecer progresiva e intermitentemente, sus últimos lagos y charcas y, con los pastos exhaustos, las montañas no eran suficiente fuente de alimentación para las hordas, lo que produjo un gran movimiento migratorio en todas direcciones y, para muchos antiguos escitas, su Airyana Vaejo (la vieja madre-tierra pura) pasó a ser una leyenda como Shan-gri-lá ("Montaña blanca -helada- de los dioses o antepasados).
Por si fuera poco, junto a prolongadas sequías invernales, la primavera y el otoño venían cargados de nubes que descargaban mayoritariamente como violentas tempestades de frío granizo, vientos huracanados, lluvias torrenciales que destrozaban diques, canales y acequias y que se alargaban incluso al estío, provocando grandes hambrunas pues ya el cultivo de cereales – trigo, cebada, mijo y arroz en Extremo Oriente– era la base alimenticia de muchos hombres y animales. Entonces, como lo que los hombres consideraron castigo divino, vinieron los diluvios que habían sido causados, según los antiguos shamanes ya establecidos como casta sacerdotal en todas partes, por los pecados de sus semejantes, en el caso sumerio, por culpa de los corruptos y perversos habitantes de la ciudad de Shurrupak.
Platón, en su célebre diálogo “Critias” cita estas palabras del sabio Solón (uno de los siete sabios de Grecia, como existían también en la tradición sumeria, que a la manera de Prometeo, revelaron el conocimiento a la humanidad; se les denominaba “artesanos”, ummanu): “Hubo numerosos y terribles diluvios en el transcurso de esos nueve mil años... (hasta el s.VIII ane.) La tierra se deslizaba de los lugares elevados y no se depositaba, como en otros lugares, en sedimentos importantes, sino que, siempre deslizándose, acababa por desaparecer en el abismo... (el mar). Las partes ricas y blandas de la tierra corrieron por las pendientes y no queda más que el esqueleto desnudo de la región”.
Muy malos debían ser los individuos de Shurrupak pues el Génesis culpa a dos ciudades y no una sola de haber generado tanta maldad como para que Enlil (El de Ugarit, en el caso semita), dios predominante en la trinidad sumeria, convocara a los dioses y decidiera exterminar a todita la humanidad, sólo a causa de las famosas Sodoma y Gomorra. Suerte que el misericordioso Señor de la Tierra, Enki (Ea o Señor de la Casa del Agua para los acadios), hermano de Enlil, avisó al rey Ziusudra de Shurrupak “en un sueño”, de lo que iba a pasar, por lo que éste se hizo construir un arca con forma de cubo... Ya saben de qué va la historia: Se salvaron el rey y los suyos, con sus animalitos, pobres, y el resto, por la ubicación supuesta de Shurrupak, están enterrados en lo que hoy son los yacimientos petrolíferos de Kuwait.
A lo largo de los milenios las cosas fueron a peor. La franja cada vez más estrecha de territorio apto para pastos obligó a los pastores y cazadores a proteger el ganado con sus vidas de las bandas de grupos desesperados. Se organizaron como un gran ejército y se mantuvieron permanentemente en estado de guerra. Nació un modelo de vida que aún perdura en las estepas de Asia Central y Mongolia: Hombres montados a caballo desde antes que den los primeros pasos, armados por el clan tras los rituales iniciáticos necesarios, incluida la primera libación de soma; pastor de ganados y cazador que sería considerado guerrero o guerrera cuando consiguiera la primera prueba de haber matado un enemigo y colgado la piel de su cabeza junto a la silla de montar o en el cinturón (Heròdoto). El craneo enemigo, la “corona” antigua, se dorará o cubrirá de metal, y servirá de copa.
Los rituales de luto y funerales serán los mismos en toda la estepa asiática desde los tiempos comentados por Herodoto (s.V ane.), durante los Khanes mongoles y hasta mucho después de que los kazajos se integraran en la rusia kievana (s.XVII). En los montes caucasianos (Repúblicas de Osetia, Daguestán o Chechenia, por ejemplo) aún se mantienen muy extrañas tradiciones atribuibles a las culturas del cuarto y tercer milenio ane.
Practicaron estos pueblos una medicina de origen shamánico, basada en el conocimiento experimental de las plantas, gobernadas por el “dios” Soma, que habita la luna (sans. Indu o Chandra; ant. sans. Surya, que más tarde sería el sol), donde están las almas (manas) de los héroes y los santos antepasados.
Si en los más remotos tiempos la Gran Madre era la montaña conocida donde el clan pasaba toda su existencia pues le bastaba lo que el bosque producía, ahora la Gran Madre era aún mayor, era la estepa entera. En Al Jazira la madre era ya una esfinge en el cuarto milenio, con un tiempo para la siembra, otro para la cosecha y otro para la muerte.
Tablilla cuneiforme del II milenio ane
ENKI, EA, YA
Sabemos que el mayor de los dioses de la época histórica en Mesopotamia, heredero de otros más antiguos y de sus poderes y rituales, vencedor del dragón primigenio y ocupante de su mundo subterráneo, así como de todos los espacios sagrados que compartía con sus hermanos y hermanas (para los sumerios todos los dioses eran hermanos), era el acadio Ea, literalmente “Casa de agua”y, en Súmer, Enki, “Señor de la tierra”.
De Ea, arquetipo del dios sabio y misericordioso, nacerá el modelo del sucesor del ugarítico El en la Biblia, Ya (Iod-alef= 11). De la unión de Ya- Ea con la heredera de las diosas madre, Inanna-Ninti sumeria (en acadio- semita Khawam: viviente, vivificante, Eva) surgiría el papel unificador de poderes, en la figura del rey, como Bel Marduk en Babilonia, Baal Alayan en Ugarit, Ashshur y Ninurta en la Alta Mesopotamia, Enlil y Adad en Súmer. Son el equivalente al Indras de la Aria y la Sogdiana, territorios de los indoeuropeos: escitas, skutoi, sakas, çakas o saces, pueblo que, de manera general, se define como el que ocupó desde las estepas europeas a los límites orientales de Asia y desde el Cáucaso hasta la península indostánica y que hoy intenta la arqueología circunscribir a etapas y culturas concretas, con mucha dificultad.
El nombre que se daban a sí mismos es el de aryos o arios que significa en indoeuropeo como “de linaje decente”; en el brahmánico Manava Dharma Sastra o “Libro de Manu” ario es “la mansión de los hombres honrados”; en turco es: “limpio, puro, resplandeciente”, lo mismo que la palabra griega καθαροσ, kazarós: “limpio, puro, libre, sano”, de la que derivará “cátharo” o perfecto. Con la imagen histórica de la barbarie criminal fascista en la mente, cabe discernir entre la manipulación histórica –aún vigente– y la realidad tal como es.
Los arios – o escitas – se dividían en tres grupos principales: blancos, rojos y negros que, según Graves, podría representar los tres colores de la Gran Diosa según su representación anual en las tres estaciones y, seguramente, las funciones particulares de cada grupo tribal dentro de la nación. Por ejemplo, pescadores y agricultores de la zona del Caspio y antiguo curso del Amu Darya o Jaxartes (escitas massagetas “pescadores”), cazadores-recolectores de los bosques montañosos, los saka haomavarka; y jinetes-pastores de las llanuras, los saka tigrakauda “de cascos puntiagudos”, se dividirían en las tres funciones clásicas: Blancos, la magistratura y enseñanza (casta brahmán); rojos, los guerreros o kshatriyas y negros o vaysyas, artesanos y agricultores.
Cuando, en un proceso paralelo a las demás culturas de Oriente Próximo, hacia el segundo milenio una generación nueva de dioses indoeuropeos sustituya y herede a la anterior sumerio-acadia, aportando nuevos valores, nuevos modelos éticos y, en ocasiones, nuevos modelos económicos o técnicos, Ea cederá sus 50 nombres, símbolo de sus 50 poderes (hansha) a su hijo Bel Marduk (Señor Ternero del Sol), que es el propio símbolo de Ea en los kudurrus de tiempos anteriores ya remotos: Un morueco de largo cuello sobre el templo (la constelación de Aries) y un capricornio con cuerpo de pez surgiendo de la base del Ekur (“Casa montaña”).
Ea vivía en el Abzu o Apsu, “Casa del Saber”, lugar donde la Serpiente o Dragón Tiamat (Capricornio) tenía su morada. Al vencer Ea, junto con su hermano Enlil, “Señor del viento”, y su “hermana” Inanna, “Señora del cielo”o mejor “Señora Madre del cielo”, al monstruo Tiamat de las aguas saladas y sus maléficos hijos primigenios, Enki-Ea ocupó el Apsu, “La casa del saber” y devino dios de la sabiduría al tiempo que, en la práctica, los sacerdotes de Súmer y Akkad decidían sobre quien debía o no reinar. Si Ea, como dios de la sabiduría, era el mashmash de los dioses, el archimago, era porque conocía los medios de control de la economía y eran sus sacerdotes, mash, kallus o enus, quienes regulaban los riegos de los canales y, por tanto, el destino de los cultivos.
Los primeros reyes de Súmer, como los últimos emperadores de Roma o el mismo Papa del Vaticano fueron “pontífices” o, mejor, Enbilulu, Ishkur o Gugal: “señor que da abundancia a los hombres”, ni más ni menos que, en la práctica, “esclusero”, “inspector de canales”, que pasó a formar parte de los títulos reales. En plata: los reyes de Súmer eran ingenieros de puertos, caminos y canales y los sacerdotes de sus dioses los catedráticos de universidades que exploraban los poderes de sus respectivos símbolos.
Los himnos o poemas que nos ha legado Mesopotamia exponen una visión de la religión ligada a mundos poéticos y líricos, donde la metáfora y el símbolo, a fuerza de ser repetido y realimentado, adquiere grados de complejidad similares a los de otros mitos más conocidos y estudiados, como los griegos o los hebreos por Robert Graves quien, en busca de los orígenes de estos mitos, acabó señalando a Súmer y Anatolia.
El canto o drama ritual “Enki y el orden del mundo”, aproximadamente del 1900 ane., narra: “El señor (el rey como delegado del dios) ciñó la corona para la soberanía, para la realeza, la noble tiara se impuso, holló el suelo a su izquierda y la abundancia nació de la tierra para él. Después de haber tomado el cetro en su derecha, el Tigris y el Éufrates, que juntos proporcionan alimento, ante sus palabras y de acuerdo con sus órdenes, abundancia y bienestar hicieron fluir del palacio como mantequilla. El señor de las decisiones, Enki, rey del Abzu, a Enbilulu, el inspector de los canales, (Enki) lo puso a cargo de ellos”.
La Lista Real de Súmer, un conjunto de tablillas en las que se recogen los reyes míticos ”prediluvianos” y dinastías posteriores de reyes documentados, incluido el famoso Gilgamesh o, en castellano, Guilgamesh que hoy se considera histórico (ca. 2750 ane.), menciona una sola diosa: Inanna. El dios padre, An o Anu, no aparecerá hasta tiempo después, ya dentro de una teogonía triplemente tripartita: tres dioses o arquetipos en cada uno de los tres mundos: cielo, tierra e infierno. Porque los dioses serán hechos a la medida de los intereses de quienes controlen la sociedad, sean sacerdotes-escribas, dinastías propias o foráneas, consejos de ancianos o tiranos, y conforme los reyes asuman poder, los dioses seguirán su ejemplo. Los viejos himnos y las crónicas serán metamorfoseados para dar legalidad a los nuevos reyes-dioses o a cada uno de los sucesivos “nuevos órdenes” que los reyes “de las cuatro partes del mundo” predestinen: nihil novum sub solem.
Carles Acózar i Gómez
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