1263, la disputa de Barcelona: Esperando al Mesías (1)

1263, la disputa de Barcelona: Esperando al Mesías (1)

Con las expediciones de Jaime I el Conquistador a Mallorca y Valencia (1220-30), una vez impedida la expansión de la corona aragonesa por la batalla de Muret (1213) y la muerte del rey Pere II, se inició el despegue de una cultura que tuvo, desde el principio, importantes peculiaridades filosóficas y teológicas.

No fue vano ni casual en ello el que Jaume I fuera educado por los caballeros templarios en Monzón, ni que sus maestres, o la familia de los Montcada tan ligada al temple, fueran, sin saberlo, la causa fatal de una persecución conjunta de reyes Capetos y papas casi cien años más tarde, como lo había sido de aquel genocidio albigense del Langue d'Oc que frenó la expansión catalana en el Midi y en Italia durante la infancia de Jaume I.

La controversia de 1263 en Barcelona

En el siglo XIII comenzaron las conocidas disputas religiosas, en las que representantes del clero cristiano (generalmente judíos renegados) trataban de demostrar la falsedad de los textos religiosos judíos, mientras que los representantes de las comunidades judías los defendían.

Las más famosas de estas disputas fueron: la de París de 1240, en la que el renegado Nicolás Donin asumió la tarea de demostrar que el Talmud contenía ataques contra el cristianismo y donde, por el lado hebreo participaron Rabí Iejiel de París y Rabí Moisés de Coucy. A pesar los argumentos de los dos sabios, el Talmud fue declarado un libro impío y fue quemado públicamente en la hoguera en París en 1242 (según las crónicas se quemaron cuarenta y cuatro carros llenos de manuscritos del Talmud, que fueron requisados en todos los hogares y academias talmúdicas de Francia).

El síntoma de una nueva perspectiva, alejada del fundamentalismo irracional de la Escolástica y más próximo a una actitud de concordia entre las religiones del libro, se aprecia en la célebre Disputa de Barcelona, mantenida el 20 de julio de 1263, y protagonizada por tres personajes de excepción: el dominico Raymundo o Raimon de Penyafort, el rabino gerundense Mosé ben Nahmán (Najmanides o Bonastruc sa Porta) y el converso Pablo Cristiani o Pau Crestià, también dominico.

Presidida por el rey Jaume I, nobles, obispos y frailes, se discutieron durante cinco días temas como: “¿Ha aparecido ya el Mesías o tiene que venir aún?”, argumentando el rabino Moisés ben Nachman, “maestro de los judíos de Gerona” con la palpable evidencia, según las profecías, de que ello aún estaba por ocurrir. Debido a que el rey le garantizó plena libertad de palabra, logró también refutar los argumentos de Cristiani con respecto a la abolición de la ley judía con el nacimiento de Jesús, demostrando que Jesús era hebreo y su doctrina una reforma o concreción de la Torá misma.

Moisés ridiculizó a los cristianos recordándoles que "la llegada del Mesías iría precedida y acompañada de una paz universal, y que las armas se fundirían en arados", lo que, evidentemente, no era el caso. Así demostró que el Mesías de los hebreos (como el décimo imán o Mahdí de los shiíes dodecimanos, el Saoshyant de los mazdeistas y el caballo blanco Kalkin de los hinduistas) estarían aún por venir.

Pero el clero romano distorsionó los resultados del debate y cuando Najmánides publicó la verdad de lo ocurrido, se vio obligado a exiliarse para salvarse de la hoguera (lo que recuerda la manera de negociar del gobierno de Madrid).

Esta controversia, que tuvo importantes ramificaciones hasta el Renacimiento (como testimonian las tres versiones de sus actas), determina el arranque peninsular de la teología de controversia, primero con los hebreos y a continuación con los musulmanes, que durará hasta bien entrado el siglo XVI.

Durante estas primeras controversias religiosas los participantes hebreos aún gozaban de plena libertad de expresión, y la empleaban del mejor modo posible. No fue así en la Edad Media, cuando los hebreos debían respetar ciertas condiciones preestablecidas y las controversias religiosas se llevaban a cabo de tal modo que el resultado quedaba asegurado de antemano. Los cristianos exigían la participación de los sabios hebreos más destacados, pues esperaban que, una vez vencidos, no tendrían otra alternativa que aceptar el cristianismo. En las controversias religiosas de París (1240) se exigió la participación de Iejiel de París. En la de Barcelona (1263) participó Najmánides y en la de Tortosa (1413-1414) doce grandes rabinos, entre ellos Iosef Albo.

Las controverisas religiosas medievales se diferenciaban de las anteriores no sólo en su carácter sino también en los temas: por ejemplo, la de París constituyó en realidad un juicio, en el que los hebreos eran acusados. La discusión se centró en el Talmud y en presuntas afirmaciones en repudio al cristianismo que aparecían en el él. Como consecuencia de la fueron requisados y quemados públicamente ejemplares del Talmud.

La de 1263 en Barcelona, en la que participó Najmánides, trató los principios de la fe cristiana, la llegada del Mesías y la anulación de los Mitzvot (preceptos). Najmánides venció en la polémica, por lo que fue perseguido por la Iglesia, especialmente por los dominicos, y en 1267 debió escapar de España, radicándose en Jerusalén y luego en Ako.

En base a la experiencia de esta controversia, la Iglesia publicó una colección de citas malversadas y falsificadas de los Midrashim y del Talmud, empleada como guía por los participantes cristianos en las controversias cristianas. No era éste el único libro en su género: las controversias demostraron a ambas partes la necesidad de una bibliografía, y tanto judíos como cristianos publicaron con el tiempo abundantes tratados sobre estos temas.

La de Tortosa (Cataluña), la más dura de la Edad Media, tanto en sí misma como en sus consecuencias, se centró, al igual que la de Najmánides, en torno a la realización de la profecía mesiánica en la figura de Jesús.

Las respuestas ofrecidas por los hebreos durante la controversia sobresalieron por su elevado nivel moral y científico, su sabiduría y su cuidadosa redacción, debida en gran parte a la amenaza permanente y el enorme peligro que se cernía sobre los participantes hebreos y la comunidad entera. Sin embargo, debido a las circunstancias, no pudieron triunfar en las polémicas. Las consecuencias de esta controversia fueron extremadamente graves para los sefarditas españoles. Debido a la prolongada ausencia de los 12 dirigentes que debieron participar en la controversia durante un año y medio, se debilitó la resistencia de las comunidades españolas, que habían sido ya diezmadas durante los ataques de 1391, y muchos se convirtieron al cristianismo.

La necesidad constante de defenderse y de demostrar la verdad y hegemonía del hebraísmo dio origen a una bibliografía muy interesante, en la que destacan: Al Kuzarí, de Yehuda Halevi, el Sefer Yetzirá de Yehuda bar Barzilay y el Séfer Ha´ikarim de Iosef Albo.

En ciertas ocasiones, el contenido de las discusiones fue registrado en un libro, como por ejemplo "La Controversia de Rabenu Iejel de París”, “La Controversia del RAMBAN”, etc. Iom-Tov Lippmann Muelhausen redactó el Séfer Hanitzajó, con 255 respuestas a posibles preguntas de los cristianos.

El clima de convivencia más o menos pacífico, observado a lo largo de muchos siglos, comenzó a deteriorarse, hasta romperse por completo con los «alborotos» del siglo XV, que acarrearían la expulsión de los judíos (1492), las guerras alpujarreñas (1568) y el masivo extrañamiento de los moriscos (en 1623, tiempos de Felipe III).

En la Disputa de Barcelona emergió, además, la «cuestión maimonita» (o de Maimónides), acerca de la compatibilidad o incompatibilidad entre los argumentos de razón y las pruebas de autoridad —tema que Averroes había ya provocado entre los musulmanes cien años antes—, sentando la superioridad de la filosofía sobre la religión.

Los teólogos y filósofos cristianos también se dejaron seducir por tal problemática, aunque en grados diferentes.

Ahí están los debates parisinos de la segunda mitad del siglo XIII y las discusiones paduanas de finales del siglo XV. Es, además, un tema que nunca ha decaído en Occidente, aunque presentándose en escenarios culturales muy distintos. Las polémicas iluministas contra la religión (siglo XVIII) y las discusiones entre teólogos kerigmáticos y dialécticos (siglo XX) ilustran, con relativa claridad, que tales problemas siguen latentes.

En un próximo capítulo hablaremos del año en que vivimos -según unos y otros-, de la fecha del rendez vous mesiánico y de los argumentos empleados -hogueras y potros aparte- en las más famosas disputas, incluido el Libro de Daniel que se escribió avisando, hacia el s. II ane. (y nada tiene que ver con los caldeos, los leones ni el horno para bollos). ¡Ah! En sánscrito Dani: Rocío, dragón. Abraham: Nube, errante, vagabundo. Manu: Padre de la raza humana salvado por Vishnú del diluvio...

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