Los lobos del cielo
“En la religión irania antigua existían ciertas sociedades secretas dedicadas al culto, compuestas por jóvenes guerreros y militares pertenecientes a la nobleza que se entregaban al éxtasis”. Ya entre los germanos estas asociaciones se llamaron mannerbünde: los bersekers de Odín.
“A estos guerreros se les llamaban lobos. Veneraban a un héroe matador de dragones llamado Fretón, Farn o Karsasp, Garsasp (aspa: caballo), que ya se mencionaba en los ritos mitológicos del Año Nuevo”.
Lobo, en persa aqueménida, avéstico y sánscrito es varka y virka; varkazana (sept.-oct.): el mes de los ”hombres lobos”. Vazarka es un epíteto de Oromasis, Ahura Mazda, y del Rey de Reyes: poderoso.
Asímismo, los hebreos leen Jesús como Yahshua, siendo Yah el Iaó helenístico, el sol (Apolo-Helios-Mitra), como creador del año (Ianus). Recordemos que este Ya es el mismo El o Il de Ugarit, el dios toro padre de Baal, Señor de los surcos del campo, como Apolo.
“Helios es Apolo y Apolo es Helios”, canta el coro de un fragmento, en un refrán popular de la Hélade (PMG 860). Y canta el 698: “Llueve, llueve , querido Zeus, sobre el campo de los atenienses y sus llanuras”.
Y era Ea, el dios de la “Casa del Agua”, sumerio Enki (“Señor de la Tierra”), el antecesor de todos sus paredros semitas, desde Il a Yah, Iaó o Ius (Dyaus) Pater, dioses de la lluvia, como Varuna, Uranos, Ahura Mazda y los demás de la primera función, incluído el propio Vaz o Vlad.
Shua es, en Yahshua, “poder”, por lo que la lectura de Jesús sería, ni más ni menos, que: “Dios poderoso”, el exacto epíteto con que Ahura Mazda, el “Sabio Señor” de la luz y el conocimiento de los medos, es mencionado en las inscripciones de Darío: “Baga vazarka Ahura Mazda”: “Dios Poderoso, Señor Sabio”.
Lobo es, en turco, kurt (kurtarici: salvador, libertador); urdu: bheria; ruso: bori y volk, mongol bört y böri en turco ant.; sáns. vrka y varka y p. aq. varka, avéstico vehrka; hung. farkas y ordas; lituano, vilkas y polaco vilk.
Vaz era el Kushana Vad o Vlad (Vladimir, Bleda), un dios “de la primera función” o de la lluvia, rol de los sacerdotes, identificado con Ahura Mazda, el Señor Sabio. (Hung. vas: hierro; vasar: mercado, bazar).
El nombre de la Ferghana o Paricana, donde los escitas criaban los Caballos del Cielo, posterior Sogdiana o Mawarannar árabe (Uzbekistán), derivaba de Farn.
En gaélico Fearn, el aliso sagrado, está ligado al héroe Bran, Saturno o Kronos (Zarvan), acompañado por el cuervo o el grajo en el mito, como sigue a Lug-Belenos entre los celtas.
Son los Φηρ, Fer, los centauros, tribus de jinetes arios (escitas) discípulos de la diosa cabeza de yegüa, la Pirwa hitita, Philira griega (madre del centauro Quirón, maestro de Hércules) que, como los ciudadanos de Troya, domadores y comerciantes de caballos, veneraban en forma de equino. De ahí el regalo de los aqueos y el empeño de Príamo por aceptarlo, máxime cuando había sido construido con abetos, dedicados a la diosa, y del mismo monte Ida o Díndimo, su morada y la de sus hijos.
Los sármatas, saka rawaca o saurómatas: “ungidos (iniciados) del dragón”, compartían con los chinos la veneración por aquel dragón o gran serpiente alada que en tiempos remotos dominara el cielo estelar, y que volverá a hacerlo dentro de unos 21.000 años. Por eso sus tropas usaban el dragón en el estandarte y la muerte del dragón simbolizaba la muerte del rey –o su sacrificio- al fin de su reinado, 40 años máximo para los kázaros.
De ahí que entre los mitraistas el número 40, más el baç (tur. bek) o “cabeza” secreta de la tropa, corresponda, como para los seguidores de Ea-Enki, al número sagrado de los conjurados para una colonización, o conspiración, una vendetta, una razzia o un acto de guerra; o al grupo mínimo necesario para competir en el kuriltai. Así como el antiguo y primigenio período de prueba de la iniciación a lobo: guerrero.
Dice Yosef ben Aarón, el jaghan de los kázaros, a Hasday ibn Shaprut (961 dne.), el sabio nasí de Sefarad: “El nombre de nuestro reino es, en nuestra lengua, Arkanos”. Y el río que marcaba la frontera por el este era el Río Secreto, el Syr Darya.
“Los miembros de estas sociedades de culto, cuyos patronos eran Mitra y Vayu, llevaban una vida licenciosa que después fue condenada por el zoroastrismo. También sembraban el terror en la región. Se entregaban a un culto ctónico, rendían culto a los fravasis y hacían sacrificios cruentos. El dragón y el lobo eran sus emblemas y el negro el color más usado en sus armaduras y vestidos” (melanclenos de Heródoto, sármatas reales o sakaraucae, burgundiones).
“También se entregaban a ritos de fecundidad. Este tipo de sociedades pervivieron hasta época parta en Armenia y en el noroeste de Irán”. Y, como ya apunta Potocky, hasta nuestros días, sea en el Cáucaso o en los montes Elburz.
El Cupchuoa, poco conocido por su entorno secreto e iniciático, pervive en la actualidad con pleno vigor atizando el conflicto de Txetxenia, Daguestán y Osetia, además de mantener en vilo Georgia, Azerbadján y Armenia.
Es consecuencia de la presencia de los sármatas reales (saurómatas o sakarawaka según los persas, kázaros para Bizancio) y sus aliados alanos, con quien fundarán la mencionada Alania, cuyo nucleo principal persiste en las repúblicas de Osetia, Ingusetia, Txetxenia y Daguestán, y de los medios utilizados para mantener alejados posibles grupos inmigrantes que alteraran el status quo (Ver cap.“Los bandidos tchetchenzes”).
Existía un sacerdote llamado Zaotar o Zaltar, al frente de toda la comunidad, con funciones relacionadas con la preparación y consumo del haoma.
Habían también, como en la India, tres clanes de sacerdotes, llamados kavi, usij y vifra, el segundo de los cuales era el encargado de sacrificar al toro, y representaban las tres tribus o naciones indoeuropeas clásicas: los blancos, los rojos y los negros, como las triples cabezas de adorno para collares en porcelana polícroma y vidriada que se hallan a decenas en muchos yacimientos escitas de Adiguea, valle del Kubán.
En sans. Kavi es adivino, poeta cantor y sacerdote, gr. ακουω, lat. Caueo. Sans. Usij, de uç: arder; sans. Vipra: sabio, cantor.
El color negro se representó entre los agricultores con el verde de la tierra. Por ello Yima, el primer hombre del Avesta de Zardust, Zarathustra o Zoroastro, viste de verde; y el sans., persa y turco Kara: negro, acabó indicando “gente”, también en turco.
“La libación, zaothra, podía ser de leche, agua o diferentes bebidas que contuviesen alcohol, como el vino. Así, Mitrídates VI Eupátor ofreció libaciones de leche, miel y vino según el historiador griego Apiano (Mithridatica 66). Los iniciados en los cultos de Mitra en Mesopotamia bebían leche, hidromiel y agua”.
Parece claro que estamos hablando del atávico culto a la madre tierra y a variedades de la bebida trascendental, el kykeon ritual, clave para los iniciados eleusinos de Deméter, capaz de alterar la percepción transportando a conciencias delirantes y eufóricas y que el cristianismo romano mudará en la consagración y su fórmula críptica: “Per ipso et cum ipso et in ipso, est tibi Deo Patre omnipotentis, in unitate spiritu sancti”, que debía producir la mágica transunstanciación, mediante la cual el vampirismo y el canibalismo quedaban fijados como forma mística de elevación y comunicación con dios. Regreso al Paleolítico intelectual y al Neolítico ritual agrícola de los cultos de Iaó-Dionisos (sanscrito, Baggha; latín, Baccus).
Desde el frío punto de vista del antropólogo no es extraño que en Alemania, donde el reducto catolico-imperial es un pilar del Vaticano, unos coman a otros que se dejan comer. ¿No es la imagen transformada del Cristo, Mesias liberador por las armas de los nacionalistas judíos, dada por la iglesia imperial, la de la víctima sumisa y resignada, el cordero que se deja llevar humilde y plácidamente al matadero y pone el cuello en silencio para el degüello, tras ser debidamente engordado (explotado)?
Eran fundamentales en la pompa del culto los cantores, como en el hinduismo o los vedas y en todas las culturas indoeuropeas, llamados staotar (Zaotar) encargados de invocar a los antepasados y conocedores de las antiguas genealogías, como la que canta Homero sobre el origen de los argivos en la Ilíada.
Los principales dioses del Irán anteavéstico, que vemos reflejados en los gathas más antiguos de Zarathustra, son los Amesa Spenta, los Fravasis o Arcángeles primordiales, equivalentes a los Titanes del helenismo, los Danavas hindúes, los Siete Igigi sumerios o los Ilani Shimati casitas.
A la cabeza estaban Ahura Mazda y Anahita, sol y luna, y Anahita se manifestaba como Ameretat, de las plantas, Aramati de la tierra (mencionada por Zarathustra en el Avesta), y Haurvatat, la futura Arstat persa de la justicia, señora de las aguas: es la versión irania de las Nornas o Parcas, las tres caras (cuatro con la oculta y terrible, la innombrable), de las forjadoras de la vida y el destino.
Paralelamente, las hilanderas tienen sus esposos: Vohu Manah, pastor de bueyes, Vahumano: el Buen Pensamiento, que es Mitra y, a la vez, Vayú y Varathrayna, sea como ideal de guerrero, señor de los soldados, de la memoria de los héroes muertos y de la fecundidad (Vayú), o como Varathrayna, el Indras védico, que se manifestaba en los seres humanos, en los animales y en el viento.
Vayú es también “soplo” y va ligado a una antigua costumbre de “bendición” entre el maestro y el discípulo, llamada en el norte de la India “darshan”. El discípulo acerca la oreja al gurú con la mano protegiéndola y aquel susurra o sopla la palabra o fórmula “secreta”, que sólo ambos conocen, el mahamantram o, en el caso del mitraismo, la “contraseña” para la secreta reunión nocturna.
Vayú era “el árbol cósmico y el pilar que unía el cielo con la tierra”, lo mismo que Apolo, Attis o el Tangri, en los tiempos remotos del iranismo.
Xshathra y Asha están relacionados con el metal y el fuego respectivamente y son Zeus y Hestia, a la vez que Asha (gr. aisa, las parcas, en pl., keres: los genios de Ker o Kar, señora de la muerte y el destino, los misteriosos keres hiperbóreos de Heródoto o seres de Tolomeo) es Anahita en su faz infernal-invernal y destructora (Perséfone, Proserpina, Eurídice o Ereshkigal).
Mitra se acompaña a veces de Saosra y Asi (la retribución), siendo Saosra el juez de los muertos (cantor) y avatar o reencarnación de Mitra al fin de los tiempos, el Saoshyant o Mesías mazdeísta que derrotará al malvado Ahriman.
Atar era el fuego sagrado del altar, el védico e indio Agni, tocario arçi, “hijo” de Ahura Mazda, el Sabio Señor.
Plutarco recoge la forma μεσορομασδησ, mesoromasdes, uniendo Miça (elam. y persa: Mitra, Mihr) y Ahura Mazda, como la pareja védica Mitra-Varuna (np. Mihr: sol, amor).
Los iranios dividían a “los dioses”, los antepasados mitificados, en dos tipos, buenos, los ahuras, y malos, los daevas (sáns. deva, dios, luz, día), como en la India pero al revés (sáns. ásura: primer sentido, dios: “que da o posee la vida”; más tarde “no dios, demonio”).
Teniendo en cuenta que asura deriva del antiguo indio asva: caballo (p. aq. aspa), y que “señor” o “noble” (sáns. aryo) es el que lleva caballo frente al infante, así como que iranios e hindúes, primos lejanos (con mil años de separación), acabaron disputando por intereses contrapuestos en territorios fronterizos, el que los dioses de unos fueran demonios para los otros es algo habitual incluso entre pueblos y aldeas vecinos: “Terrassa, mala raça, Sabadell, mala pell”; o el águila de Mataró (que no cabía por la puerta) contra el reloj de sol (cubierto para que no se mojara) de Sant Pol de Mar; o una menos conocida en profundidad por el peso de la vencedora: “Badalona es bona i, Barcelona, si la bosa (del dinero) sona (suena)”, todas ellas ciudades antiguas, contiguas y bien pobladas de Barcelona, la antigua Layescens o Layetania celtíbero-griega-etrusco-púnica-ligur.
En Africa el demonio tiene la cara blanca, mientras en Europa es rojo o negro, especialmente a partir de la guerra con la Turquía otomana y el sitio de Viena; siempre tiene el color del otro, del extranjero, el extraño: “el enemigo” (gr. y heb. Satán: enemigo).
El agudísimo y jocoso Luciano de Samosata en su diálogo cínico “La arribada” o “El tirano”, hace decir a la parca hilandera Cloto, que recibe en el infierno a los muertos que Hermes ha recogido:
“Hazte cargo de ésos, Hermes, y condúcelos tú. Y yo misma volveré a la orilla de enfrente, para traer a los seres (los citados keres, pueblo fabuloso, según los cita el geógrafo Ptolomeo; para Heródoto los hiperbóreos; el Manava también los menciona -bhuvas-) Indopatres y Heramitres, porque han muerto ya, el uno a manos de otro, luchando por una cuestión de límites”.
Es obvio que ambos personajes representan a los indos y los iranios, enfrentados perennemente en la frontera Bactriana, como los dos clanes de los mitos oses u osetos, siempre de bulla.
Anahita, ligada siempre a Mitra, diosa de la fecundidad y planeta Venus (Urania) y vinculados al agua de un gran río: “probablemente el Oxus (Amu Darya; en chino, río Wei) que se representa como una muchacha y con el castor como animal sagrado. Era una diosa plurivalente”.
Acompañan a Mitra los Nahaithya, los Nasatyas védicos, asvins hindúes o dióscuros latinos, gemelos y jinetes que, según la antigua tradición romana, vestían túnicas de piel de perro o de cabra (lo que excluye fueran brahmanes o kshatriyas).
En Turkmenistán y el Cáucaso los nómadas que conoció Potocky vestían capas o mantos de piel de caballo llamados zergak, que amontonaban según el frío en los lechos de noche. Podrían ser las que Heródoto cita como pieles de enemigos muertos con las que los escitas cubrían sus caballos y haberlo interpretado al revés (o que le hubieran “tomado el pelo”).
En cuanto a la antigua mitología irania, el mito principal es la derrota del dragón primigenio, la mencionada constelación del dragón que ocupaba el norte celeste hace cinco mil años, que se ritualizaba durante la fiesta del Año Nuevo, día y mes de Mitra, en el equinoccio de otoño (hoy día en primavera).
Ya estaba descrita en los relieves de Persépolis de época aqueménida, relacionando el dragón con la lluvia, la tormenta y la sequía. “Este tema del guerrero que mata a los dragones se reparte en varios mitos, de los que sólo quedan huellas”.
En Irán eran Varathrayna, Karasaspa y Thraetaona, formas de Mitra, los vencedores del dragón o serpiente Azi de la lluvia y la sequía (recordemos el Pájaro Zu de Súmer, águila leontocéfala que trae el diluvio por orden de Enlil, señor de la tormenta).
Los sumerios Enki o Guilgamesh, acadio Ea, casita Marduk, hurrita-hititas Kumarbi y Teshub, los griegos Belerofonte, Teseo y Perseo, el Hércules fenicio o dorio, Apolo, Zeus, los Ases escandinavos: son numerosos los vencedores del dragón antes de llegar a Agios Giorgios o al arcángel Miguel...
En el Sahnamah (Nombre del Canto), durante el ritual del año nuevo, se describe y representa como el rey Faredon decidió convertirse en dragón y aterrorizar a los pueblos, para probar a sus hijos, el menor de los cuales, como el escita Colaxais, demuestra ser el más valiente y obtiene el reino. “El mismo Mitra ofrece algunos rasgos de matador del dragón, y después casi todos los reyes importantes mataban dragones”.
De "Los lobos del Cielo", Carles Acózar Gómez.
“A estos guerreros se les llamaban lobos. Veneraban a un héroe matador de dragones llamado Fretón, Farn o Karsasp, Garsasp (aspa: caballo), que ya se mencionaba en los ritos mitológicos del Año Nuevo”.
Lobo, en persa aqueménida, avéstico y sánscrito es varka y virka; varkazana (sept.-oct.): el mes de los ”hombres lobos”. Vazarka es un epíteto de Oromasis, Ahura Mazda, y del Rey de Reyes: poderoso.
Asímismo, los hebreos leen Jesús como Yahshua, siendo Yah el Iaó helenístico, el sol (Apolo-Helios-Mitra), como creador del año (Ianus). Recordemos que este Ya es el mismo El o Il de Ugarit, el dios toro padre de Baal, Señor de los surcos del campo, como Apolo.
“Helios es Apolo y Apolo es Helios”, canta el coro de un fragmento, en un refrán popular de la Hélade (PMG 860). Y canta el 698: “Llueve, llueve , querido Zeus, sobre el campo de los atenienses y sus llanuras”.
Y era Ea, el dios de la “Casa del Agua”, sumerio Enki (“Señor de la Tierra”), el antecesor de todos sus paredros semitas, desde Il a Yah, Iaó o Ius (Dyaus) Pater, dioses de la lluvia, como Varuna, Uranos, Ahura Mazda y los demás de la primera función, incluído el propio Vaz o Vlad.
Shua es, en Yahshua, “poder”, por lo que la lectura de Jesús sería, ni más ni menos, que: “Dios poderoso”, el exacto epíteto con que Ahura Mazda, el “Sabio Señor” de la luz y el conocimiento de los medos, es mencionado en las inscripciones de Darío: “Baga vazarka Ahura Mazda”: “Dios Poderoso, Señor Sabio”.
Lobo es, en turco, kurt (kurtarici: salvador, libertador); urdu: bheria; ruso: bori y volk, mongol bört y böri en turco ant.; sáns. vrka y varka y p. aq. varka, avéstico vehrka; hung. farkas y ordas; lituano, vilkas y polaco vilk.
Vaz era el Kushana Vad o Vlad (Vladimir, Bleda), un dios “de la primera función” o de la lluvia, rol de los sacerdotes, identificado con Ahura Mazda, el Señor Sabio. (Hung. vas: hierro; vasar: mercado, bazar).
El nombre de la Ferghana o Paricana, donde los escitas criaban los Caballos del Cielo, posterior Sogdiana o Mawarannar árabe (Uzbekistán), derivaba de Farn.
En gaélico Fearn, el aliso sagrado, está ligado al héroe Bran, Saturno o Kronos (Zarvan), acompañado por el cuervo o el grajo en el mito, como sigue a Lug-Belenos entre los celtas.
Son los Φηρ, Fer, los centauros, tribus de jinetes arios (escitas) discípulos de la diosa cabeza de yegüa, la Pirwa hitita, Philira griega (madre del centauro Quirón, maestro de Hércules) que, como los ciudadanos de Troya, domadores y comerciantes de caballos, veneraban en forma de equino. De ahí el regalo de los aqueos y el empeño de Príamo por aceptarlo, máxime cuando había sido construido con abetos, dedicados a la diosa, y del mismo monte Ida o Díndimo, su morada y la de sus hijos.
Los sármatas, saka rawaca o saurómatas: “ungidos (iniciados) del dragón”, compartían con los chinos la veneración por aquel dragón o gran serpiente alada que en tiempos remotos dominara el cielo estelar, y que volverá a hacerlo dentro de unos 21.000 años. Por eso sus tropas usaban el dragón en el estandarte y la muerte del dragón simbolizaba la muerte del rey –o su sacrificio- al fin de su reinado, 40 años máximo para los kázaros.
De ahí que entre los mitraistas el número 40, más el baç (tur. bek) o “cabeza” secreta de la tropa, corresponda, como para los seguidores de Ea-Enki, al número sagrado de los conjurados para una colonización, o conspiración, una vendetta, una razzia o un acto de guerra; o al grupo mínimo necesario para competir en el kuriltai. Así como el antiguo y primigenio período de prueba de la iniciación a lobo: guerrero.
Dice Yosef ben Aarón, el jaghan de los kázaros, a Hasday ibn Shaprut (961 dne.), el sabio nasí de Sefarad: “El nombre de nuestro reino es, en nuestra lengua, Arkanos”. Y el río que marcaba la frontera por el este era el Río Secreto, el Syr Darya.
“Los miembros de estas sociedades de culto, cuyos patronos eran Mitra y Vayu, llevaban una vida licenciosa que después fue condenada por el zoroastrismo. También sembraban el terror en la región. Se entregaban a un culto ctónico, rendían culto a los fravasis y hacían sacrificios cruentos. El dragón y el lobo eran sus emblemas y el negro el color más usado en sus armaduras y vestidos” (melanclenos de Heródoto, sármatas reales o sakaraucae, burgundiones).
“También se entregaban a ritos de fecundidad. Este tipo de sociedades pervivieron hasta época parta en Armenia y en el noroeste de Irán”. Y, como ya apunta Potocky, hasta nuestros días, sea en el Cáucaso o en los montes Elburz.
El Cupchuoa, poco conocido por su entorno secreto e iniciático, pervive en la actualidad con pleno vigor atizando el conflicto de Txetxenia, Daguestán y Osetia, además de mantener en vilo Georgia, Azerbadján y Armenia.
Es consecuencia de la presencia de los sármatas reales (saurómatas o sakarawaka según los persas, kázaros para Bizancio) y sus aliados alanos, con quien fundarán la mencionada Alania, cuyo nucleo principal persiste en las repúblicas de Osetia, Ingusetia, Txetxenia y Daguestán, y de los medios utilizados para mantener alejados posibles grupos inmigrantes que alteraran el status quo (Ver cap.“Los bandidos tchetchenzes”).
Existía un sacerdote llamado Zaotar o Zaltar, al frente de toda la comunidad, con funciones relacionadas con la preparación y consumo del haoma.
Habían también, como en la India, tres clanes de sacerdotes, llamados kavi, usij y vifra, el segundo de los cuales era el encargado de sacrificar al toro, y representaban las tres tribus o naciones indoeuropeas clásicas: los blancos, los rojos y los negros, como las triples cabezas de adorno para collares en porcelana polícroma y vidriada que se hallan a decenas en muchos yacimientos escitas de Adiguea, valle del Kubán.
En sans. Kavi es adivino, poeta cantor y sacerdote, gr. ακουω, lat. Caueo. Sans. Usij, de uç: arder; sans. Vipra: sabio, cantor.
El color negro se representó entre los agricultores con el verde de la tierra. Por ello Yima, el primer hombre del Avesta de Zardust, Zarathustra o Zoroastro, viste de verde; y el sans., persa y turco Kara: negro, acabó indicando “gente”, también en turco.
“La libación, zaothra, podía ser de leche, agua o diferentes bebidas que contuviesen alcohol, como el vino. Así, Mitrídates VI Eupátor ofreció libaciones de leche, miel y vino según el historiador griego Apiano (Mithridatica 66). Los iniciados en los cultos de Mitra en Mesopotamia bebían leche, hidromiel y agua”.
Parece claro que estamos hablando del atávico culto a la madre tierra y a variedades de la bebida trascendental, el kykeon ritual, clave para los iniciados eleusinos de Deméter, capaz de alterar la percepción transportando a conciencias delirantes y eufóricas y que el cristianismo romano mudará en la consagración y su fórmula críptica: “Per ipso et cum ipso et in ipso, est tibi Deo Patre omnipotentis, in unitate spiritu sancti”, que debía producir la mágica transunstanciación, mediante la cual el vampirismo y el canibalismo quedaban fijados como forma mística de elevación y comunicación con dios. Regreso al Paleolítico intelectual y al Neolítico ritual agrícola de los cultos de Iaó-Dionisos (sanscrito, Baggha; latín, Baccus).
Desde el frío punto de vista del antropólogo no es extraño que en Alemania, donde el reducto catolico-imperial es un pilar del Vaticano, unos coman a otros que se dejan comer. ¿No es la imagen transformada del Cristo, Mesias liberador por las armas de los nacionalistas judíos, dada por la iglesia imperial, la de la víctima sumisa y resignada, el cordero que se deja llevar humilde y plácidamente al matadero y pone el cuello en silencio para el degüello, tras ser debidamente engordado (explotado)?
Eran fundamentales en la pompa del culto los cantores, como en el hinduismo o los vedas y en todas las culturas indoeuropeas, llamados staotar (Zaotar) encargados de invocar a los antepasados y conocedores de las antiguas genealogías, como la que canta Homero sobre el origen de los argivos en la Ilíada.
Los principales dioses del Irán anteavéstico, que vemos reflejados en los gathas más antiguos de Zarathustra, son los Amesa Spenta, los Fravasis o Arcángeles primordiales, equivalentes a los Titanes del helenismo, los Danavas hindúes, los Siete Igigi sumerios o los Ilani Shimati casitas.
A la cabeza estaban Ahura Mazda y Anahita, sol y luna, y Anahita se manifestaba como Ameretat, de las plantas, Aramati de la tierra (mencionada por Zarathustra en el Avesta), y Haurvatat, la futura Arstat persa de la justicia, señora de las aguas: es la versión irania de las Nornas o Parcas, las tres caras (cuatro con la oculta y terrible, la innombrable), de las forjadoras de la vida y el destino.
Paralelamente, las hilanderas tienen sus esposos: Vohu Manah, pastor de bueyes, Vahumano: el Buen Pensamiento, que es Mitra y, a la vez, Vayú y Varathrayna, sea como ideal de guerrero, señor de los soldados, de la memoria de los héroes muertos y de la fecundidad (Vayú), o como Varathrayna, el Indras védico, que se manifestaba en los seres humanos, en los animales y en el viento.
Vayú es también “soplo” y va ligado a una antigua costumbre de “bendición” entre el maestro y el discípulo, llamada en el norte de la India “darshan”. El discípulo acerca la oreja al gurú con la mano protegiéndola y aquel susurra o sopla la palabra o fórmula “secreta”, que sólo ambos conocen, el mahamantram o, en el caso del mitraismo, la “contraseña” para la secreta reunión nocturna.
Vayú era “el árbol cósmico y el pilar que unía el cielo con la tierra”, lo mismo que Apolo, Attis o el Tangri, en los tiempos remotos del iranismo.
Xshathra y Asha están relacionados con el metal y el fuego respectivamente y son Zeus y Hestia, a la vez que Asha (gr. aisa, las parcas, en pl., keres: los genios de Ker o Kar, señora de la muerte y el destino, los misteriosos keres hiperbóreos de Heródoto o seres de Tolomeo) es Anahita en su faz infernal-invernal y destructora (Perséfone, Proserpina, Eurídice o Ereshkigal).
Mitra se acompaña a veces de Saosra y Asi (la retribución), siendo Saosra el juez de los muertos (cantor) y avatar o reencarnación de Mitra al fin de los tiempos, el Saoshyant o Mesías mazdeísta que derrotará al malvado Ahriman.
Atar era el fuego sagrado del altar, el védico e indio Agni, tocario arçi, “hijo” de Ahura Mazda, el Sabio Señor.
Plutarco recoge la forma μεσορομασδησ, mesoromasdes, uniendo Miça (elam. y persa: Mitra, Mihr) y Ahura Mazda, como la pareja védica Mitra-Varuna (np. Mihr: sol, amor).
Los iranios dividían a “los dioses”, los antepasados mitificados, en dos tipos, buenos, los ahuras, y malos, los daevas (sáns. deva, dios, luz, día), como en la India pero al revés (sáns. ásura: primer sentido, dios: “que da o posee la vida”; más tarde “no dios, demonio”).
Teniendo en cuenta que asura deriva del antiguo indio asva: caballo (p. aq. aspa), y que “señor” o “noble” (sáns. aryo) es el que lleva caballo frente al infante, así como que iranios e hindúes, primos lejanos (con mil años de separación), acabaron disputando por intereses contrapuestos en territorios fronterizos, el que los dioses de unos fueran demonios para los otros es algo habitual incluso entre pueblos y aldeas vecinos: “Terrassa, mala raça, Sabadell, mala pell”; o el águila de Mataró (que no cabía por la puerta) contra el reloj de sol (cubierto para que no se mojara) de Sant Pol de Mar; o una menos conocida en profundidad por el peso de la vencedora: “Badalona es bona i, Barcelona, si la bosa (del dinero) sona (suena)”, todas ellas ciudades antiguas, contiguas y bien pobladas de Barcelona, la antigua Layescens o Layetania celtíbero-griega-etrusco-púnica-ligur.
En Africa el demonio tiene la cara blanca, mientras en Europa es rojo o negro, especialmente a partir de la guerra con la Turquía otomana y el sitio de Viena; siempre tiene el color del otro, del extranjero, el extraño: “el enemigo” (gr. y heb. Satán: enemigo).
El agudísimo y jocoso Luciano de Samosata en su diálogo cínico “La arribada” o “El tirano”, hace decir a la parca hilandera Cloto, que recibe en el infierno a los muertos que Hermes ha recogido:
“Hazte cargo de ésos, Hermes, y condúcelos tú. Y yo misma volveré a la orilla de enfrente, para traer a los seres (los citados keres, pueblo fabuloso, según los cita el geógrafo Ptolomeo; para Heródoto los hiperbóreos; el Manava también los menciona -bhuvas-) Indopatres y Heramitres, porque han muerto ya, el uno a manos de otro, luchando por una cuestión de límites”.
Es obvio que ambos personajes representan a los indos y los iranios, enfrentados perennemente en la frontera Bactriana, como los dos clanes de los mitos oses u osetos, siempre de bulla.
Anahita, ligada siempre a Mitra, diosa de la fecundidad y planeta Venus (Urania) y vinculados al agua de un gran río: “probablemente el Oxus (Amu Darya; en chino, río Wei) que se representa como una muchacha y con el castor como animal sagrado. Era una diosa plurivalente”.
Acompañan a Mitra los Nahaithya, los Nasatyas védicos, asvins hindúes o dióscuros latinos, gemelos y jinetes que, según la antigua tradición romana, vestían túnicas de piel de perro o de cabra (lo que excluye fueran brahmanes o kshatriyas).
En Turkmenistán y el Cáucaso los nómadas que conoció Potocky vestían capas o mantos de piel de caballo llamados zergak, que amontonaban según el frío en los lechos de noche. Podrían ser las que Heródoto cita como pieles de enemigos muertos con las que los escitas cubrían sus caballos y haberlo interpretado al revés (o que le hubieran “tomado el pelo”).
En cuanto a la antigua mitología irania, el mito principal es la derrota del dragón primigenio, la mencionada constelación del dragón que ocupaba el norte celeste hace cinco mil años, que se ritualizaba durante la fiesta del Año Nuevo, día y mes de Mitra, en el equinoccio de otoño (hoy día en primavera).
Ya estaba descrita en los relieves de Persépolis de época aqueménida, relacionando el dragón con la lluvia, la tormenta y la sequía. “Este tema del guerrero que mata a los dragones se reparte en varios mitos, de los que sólo quedan huellas”.
En Irán eran Varathrayna, Karasaspa y Thraetaona, formas de Mitra, los vencedores del dragón o serpiente Azi de la lluvia y la sequía (recordemos el Pájaro Zu de Súmer, águila leontocéfala que trae el diluvio por orden de Enlil, señor de la tormenta).
Los sumerios Enki o Guilgamesh, acadio Ea, casita Marduk, hurrita-hititas Kumarbi y Teshub, los griegos Belerofonte, Teseo y Perseo, el Hércules fenicio o dorio, Apolo, Zeus, los Ases escandinavos: son numerosos los vencedores del dragón antes de llegar a Agios Giorgios o al arcángel Miguel...
En el Sahnamah (Nombre del Canto), durante el ritual del año nuevo, se describe y representa como el rey Faredon decidió convertirse en dragón y aterrorizar a los pueblos, para probar a sus hijos, el menor de los cuales, como el escita Colaxais, demuestra ser el más valiente y obtiene el reino. “El mismo Mitra ofrece algunos rasgos de matador del dragón, y después casi todos los reyes importantes mataban dragones”.
De "Los lobos del Cielo", Carles Acózar Gómez.
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