Thierry Meyssan: las contrarevoluciones fascistas
La «revolución verde» de Teherán es el más reciente caso de las «revoluciones de color» mediante las cuales Estados Unidos ha logrado imponer gobiernos sometidos a su tutela en varios países sin tener que recurrir a la fuerza. Thierry Meyssan, quien ha sido consejero de dos gobiernos ante este tipo de crisis, analiza el método y las causas de su fracaso en Irán.
La relación entre las «revoluciones de color» y las revoluciones viene siendo la misma que pudiera existir entre el Canada Dry y la cerveza. Se parecen, pero no saben igual. Son cambios de régimen que aparentan ser una revolución en la medida en que movilizan a ciertos segmentos del pueblo, pero tienen características de golpe de Estado porque su objetivo no es cambiar las estructuras sociales sino poner en el poder a una élite en lugar de otra para que aplique una política económica y exterior proestadounidense. La «revolución verde» de Teherán es el más reciente ejemplo de ello.
Origen del concepto
Este concepto apareció en los años 1990, pero sus orígenes se encuentran en los debates estadounidenses de los años 1970-80. Luego de la serie de revelaciones sobre los golpes de Estado que la CIA había fomentado a través del mundo y del escándalo de los testimonios ante las comisiones parlamentarias Church y Rockefeller [1], el presidente Carter puso en manos del almirante Stansfield Turner la tarea de limpiar la agencia y de poner fin a todo apoyo a las «dictaduras de la casa». Furiosos, los socialdemócratas estadounidenses (SD/USA) salieron del Partido Demócrata y se unieron a Ronald Reagan. Eran brillantes intelectuales trotskistas [2], frecuentemente vinculados a la revista Commentary. Cuando Reagan resultó electo, les confió la tarea de proseguir la injerencia estadounidense, pero por otras vías.
Así crearon, en 1982, la National Endowment for Democracy (NED) [3] y, en 1984, el United States Institute for Peace (USIP). Ambas estructuras están vinculadas orgánicamente: varios administradores de la NED son miembros del consejo de administradores del USIP y viceversa.
En el plano jurídico, la NED es una asociación no lucrativa, basada en la legislación estadounidense, financiada mediante una subvención anual aprobada por el Congreso como parte del presupuesto del Departamento de Estado. Para concretar sus acciones [la NED] cuenta con el cofinanciamiento de la US Agency for International Development (USAID), que también depende del Departamento de Estado.
En la práctica, esta estructura jurídica no es más una pantalla que sirve simultáneamente a la CIA estadounidense, al MI6 británico y al ASIS australiano (y en ocasiones a los servicios canadienses y neozelandeses).
La NED se presenta a sí misma como un órgano de «promoción de la democracia». Interviene de forma directa o mediante sus cuatro tentáculos: uno se encarga de sobornar a los sindicatos, otro de sobornar a los patrones, el tercero a los partidos de izquierda y el cuarto a los de derecha. También actúa a través de fundaciones amigas, como la Westminster Foundation for Democracy (Reino Unido), el International Center for Human Rights and Democratic Development (Canadá), la Fondation Jean-Jaurès y la Fondation Robert-Schuman (Francia), el International Liberal Center (Suecia), la Alfred Mozer Foundation (Holanda), la Friedrich Ebert Stiftung, la Friedrich Naunmann Stiftung, la Hans Seidal Stiftung y la Heinrich Boell Stiftung (Alemania). La NED reconoce haber sobornado así, en unos treinta años, a más de 6 000 organizaciones a través del mundo entero. Todo eso se enmascara, claro está, bajo la apariencia de programas de formación o de ayuda.
El USIP, por su parte, es una institución nacional estadounidense. El Congreso lo subvenciona, anualmente, a través del presupuesto del Departamento de Defensa. A diferencia de la NED, que sirve de pantalla a los servicios [secretos] de tres Estados aliados, el USIP es exclusivamente estadounidense. Con el pretexto de promover la investigación en ciencias políticas, puede pagar salarios a personalidades políticas extranjeras.
Desde que empezó a disponer de recursos, el USIP ha venido financiando una nueva y discreta estructura, la Albert Einstein Institution [4]. Al principio, esa pequeña asociación de promoción de la no violencia estaba encargada de concebir una forma de defensa civil para las poblaciones de Europa Occidental, en caso de invasión por parte del Pacto de Varsovia. Pero rápidamente se volvió autónoma y estableció un modelo de las condiciones que pueden llevar a cualquier tipo de poder estatal a perder su autoridad y derrumbarse.
Primeros intentos
El primer intento de «revolución de color» fracasó en 1989. El objetivo era derrocar a Deng Xiaoping utilizando a uno de sus colaboradores, el secretario general del Partido Comunista Chino Zhao Ziyang, para abrir el mercado chino a los inversionistas estadounidenses y poner a China bajo la influencia de Estados Unidos. Los jóvenes partidarios de Zhao invadieron la plaza Tian’anmen [5]. Los medios de prensa occidentales los presentaron como estudiantes apolíticos que luchaban por la libertad oponiéndose al ala tradicional del Partido, cuando en realidad se trataba de una disidencia interna entre nacionalistas y proestadounidenses surgida en el seno de la corriente de Deng. Luego de una larga resistencia a las provocaciones, Deng decidió poner fin a aquella situación recurriendo a la fuerza. La represión dejó entre 300 y 1 000 muertos, según las fuentes. Veinte años después, la versión occidental sobre aquel golpe de Estado frustrado sigue siendo la misma. Los medios occidentales que cubrieron recientemente el aniversario, presentándolo como una «rebelión popular», se sorprendieron de que aquel hecho no haya quedado en la memoria de la población de Beijing. Lo que pasa es que una lucha por el poder en el seno del Partido no tenía nada de «popular» y los habitantes de Beijing estimaban que aquello nada tenía que ver con ellos.
La primera «revolución de color» exitosa tuvo lugar en 1990. En momentos en que la Unión Soviética se hallaba en pleno proceso de disolución, el secretario de Estado James Baker viajó a Bulgaria para participar en la campaña electoral del partido proestadounidense, profusamente financiado por la NED [6]. Sin embargo, a pesar de las presiones del Reino Unido, los búlgaros, espantados ante las consecuencias sociales del paso de la URSS a la economía de mercado, cometieron un error imperdonable: eligieron una mayoría parlamentaria compuesta de postcomunistas. Los observadores de la Comunidad Europea certificaron el buen desarrollo del escrutinio, pero la oposición proestadounidense denunció un supuesto fraude y se lanzó a la calle, instaló un campamento en pleno centro de Sofía y sumió al país en caos durante seis meses, hasta que el parlamento eligió como presidente al proestadounidense Zhelyu Zhelev.
La «democracia»: vender el país a los intereses extranjeros a espaldas de la población
Desde entonces, Washington no ha cesado de organizar cambios de régimen a través del mundo, recurriendo no a la organización de juntas militares sino a la agitación callejera. A estas alturas de nuestro artículo, es conveniente precisar los objetivos de esa forma de acción.
Más allá del discurso adormecedor sobre la «promoción de la democracia», la acción de Washington busca imponer regímenes que le abran los mercados internos sin exigir condiciones y que apoyen su política exterior. Los dirigentes de las «revoluciones de color» conocen esos objetivos, pero nunca los discuten con los manifestantes que ellos lanzan a la calle. Y cuando esos golpes de Estado fructifican, la ciudadanía no tarda en rebelarse contra las nuevas políticas que esos mismos dirigentes les imponen, cuando es ya demasiado tarde para dar marcha atrás.
Por otra parte, ¿cómo se pueden considerar «democráticos» los movimientos de oposición que, con tal de alcanzar el poder, venden su propio país a los intereses extranjeros a espaldas de sus compatriotas?
En 2005, la oposición kirguiz rechaza el resultado de las elecciones legislativas y lleva manifestantes del sur del país a Bishkek, la capital. Los manifestantes derrocan al presidente Askar Akaiev durante la llamada «revolución de los tulipanes». La Asamblea Nacional elige como presidente al proestadounidense Kurmanbek Bakiyev. Este último no logra controlar a sus propios partidarios, que saquean la capital, así que declara que el dictador ha sido expulsado y finge crear un gobierno de unión nacional. Saca de la cárcel al general Felix Kulov, ex alcalde de Bishkek, y lo nombra ministro del Interior y, más tarde, primer ministro. Cuando ve que la situación ha vuelto a ser estable, Akayev se deshace de Kulov; sin licitación previa, vende los pocos recursos del país a empresas estadounidenses e instala una base militar estadounidense en Manas. Nunca antes ha sido tan bajo el nivel de vida de la población. Felix Kulov propone fortalecer el país incorporándolo de nuevo a la Federación Rusa y rápidamente… lo vuelven a meter en la cárcel.
¿Un mal beneficioso?
A veces se argumenta, en los casos de Estados sometidos a regímenes represivos, que aunque las «revoluciones de color» no aportan más que una democracia de fachada, al menos representan cierta mejoría para las poblaciones. La experiencia demuestra lo contrario. Los nuevos regímenes pueden resultar más represivos que los anteriores.
En 2003, Washington, Londres y París [7] organizan en Georgia [8] la «revolución de las rosas». Siguiendo el esquema clásico, la oposición denuncia un fraude electoral y se lanza a la calle. Los manifestantes obligan al presidente Eduard Chevardnadze a huir y toman el poder. Su sucesor, Mijail Saakashvili, abre el país a los intereses económicos estadounidenses y rompe con la vecina Rusia. La ayuda económica prometida por Washington para sustituir la ayuda rusa nunca llegará. Ya debilitada, la economía [georgiana] se derrumba. Para poder seguir respondiendo a los intereses de sus amos, Saakashvili tiene que recurrir a la dictadura [9]. Cierra medios de prensa y llena las prisiones. Pero no por ello la prensa occidental deja de presentarlo como un «demócrata». Condenado a seguir adelante, Saakashvili decide reconquistar la popularidad mediante una aventura militar. Con el apoyo de la administración Bush y de Israel, al que ha alquilado varias bases aéreas, bombardea a la población de Osetia del Sur. Los bombardeos dejan 1 600 muertos, la mayoría de ellos con doble nacionalidad rusa. Se produce la respuesta militar de Moscú. Los consejeros israelíes huyen [10]. Georgia queda devastada.
¡Basta!
El mecanismo principal de las «revoluciones de color» consiste en explotar el descontento popular dirigiéndolo hacia el blanco que se quiere eliminar. Se trata de un fenómeno de psicología de masas que barre con todo a su paso, imposible de enfrentar con elementos razonables. Se designa un chivo expiatorio al que se le achacan todos los males que enfrenta el país desde al menos una generación. Mientras más se resiste [el chivo expiatorio], más crece la cólera de la multitud. Y cuando el blanco cede, la población vuelve a la razón y reaparecen las corrientes razonables entre sus partidarios y sus opositores.
En 2005, durante las horas que siguen al asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri, corre en el Líbano el rumor de que Hariri ha sido asesinado por «los sirios». El ejército sirio, que se ocupa de garantizar el orden –conforme a lo estipulado en el Acuerdo de Taif– se convierte en blanco de protestas. Las autoridades estadounidenses acusan directamente al presidente sirio Bachar el-Assad, acusación que la opinión pública considera como una prueba. A los que observan que, salvo algunas divergencias, Rafik Hariri siempre fue útil a Siria y que su muerte priva a Damasco de un colaborador esencial se les responde que el «régimen sirio» es tan malo que mata incluso a sus propios amigos. Los libaneses se pronuncian por un desembarco estadounidense que expulse a los sirios. Pero, para sorpresa general, Bachar el-Assad, teniendo en cuenta que su ejército ha dejado de ser bienvenido en el Líbano y que su presencia allí resulta económicamente onerosa, retira a sus hombres. Se organizan elecciones legislativas, en las que resulta victoriosa la coalición «antisiria». Se trata de la «revolución del cedro». Cuando la situación vuelve a la normalidad, todos se dan cuenta de que, si bien algunos generales sirios habían saqueado el país en el pasado, la retirada del ejército sirio no ha traído ningún cambio en el plano económico. Y lo esencial es que el país está en peligro, al no contar ya con los medios necesarios para defenderse del expansionismo del vecino Israel. El principal líder «antisirio», el general Michel Aoun, se da cuenta de ello y se pasa a las filas de la oposición. Furioso, Washington traza contra él numerosos proyectos de asesinato. Michel Aoun establece una alianza con el Hezbollah sobre la base de una plataforma patriótica. ¡Muy a tiempo! Israel ataca.
En todos y cada uno de los casos, Washington prepara de antemano un gobierno «democrático», lo cual confirma que se trata de un golpe de Estado disfrazado. La composición del nuevo equipo se mantiene en secreto el mayor tiempo posible. Es por eso que la designación del chivo expiatorio se hace siempre teniendo cuidado de no mencionar ninguna alternativa política.
En Serbia, los jóvenes «revolucionarios» proestadounidenses escogieron un logotipo salido de la iconografía comunista (el puño en alto), para esconder su propia subordinación a Estados Unidos. Su slogan, «¡Está acabado!», tenía como objetivo buscar el apoyo de los descontentos contra el propio Slobodan Milosevic, al que hacían responsable de los bombardeos de la OTAN contra Serbia. El mismo esquema fue aplicado por el grupo Pora!, en Ucrania, y por Zubr, en Bielorrusia.
No violencia de fachada
Los comunicadores del Departamento de Estado se esfuerzan por dar a las «revoluciones de color» una imagen de no violencia. Todas enarbolan las teorías de Gene Sharp, fundador de la Albert Einstein Institution. Pero la no violencia es una forma de lucha destinada a convencer al poder de que tiene que cambiar de política. Para lograr que una minoría se apropie del poder y lo ejerza, en algún momento hay que recurrir a la fuerza. Así lo han hecho todas las «revoluciones de color».
- Srdja Popovic (a la izquierda), líder serbio del movimiento Otpor, Gene Sharp, fundador de la Albert Einstein Institution (al centro) y su ayudante el coronel Robert Helvey, decano de la Escuela de Formación de Agregados Militares de Embajadas.
En el año 2000, cuando aún le quedaba un año de mandato presidencial, Slobodan Milosevic convocó a elecciones anticipadas. Milosevic y su principal adversario, Vojislav Kostunica, tuvieron que ir a una segunda vuelta. Sin esperar a esa segunda fase de la elección, la oposición afirmó que había fraude y se lanzó a la calle. Miles de manifestantes llegaron a la capital, entre ellos los mineros de Kolubara. La NED garantizaba indirectamente el pago de sus salarios, sin que ellos tuviesen conciencia de que estaban siendo pagados por Estados Unidos. Cuando la presión de los manifestantes resultó insuficiente, los mineros atacaron edificios públicos con los buldózeres que habían traído, lo cual dio como resultado que aquello recibiera el nombre de «revolución de los buldózeres».
Si la tensión se prolonga por demasiado tiempo y se producen contramanifestaciones, no hay para Washington otra solución que sumir el país en el caos. Agentes provocadores convenientemente situados en ambos bandos disparan sobre la multitud. Ambos bandos pueden comprobar que los de enfrente dispararon mientras que sus partidarios avanzaban pacíficamente. Y se generaliza el enfrentamiento.
En 2002, la burguesía de Caracas se lanza a la calle para manifestar contra la política social del presidente Hugo Chávez [11]. Mediante hábiles montajes, las televisiones privadas dan la impresión de que se trata de una marea humana. Según los observadores, son 55 000 personas. Pero la prensa y el Departamento de Estado hablan de 1 millón. Se produce entonces el incidente del puente Llaguno. Las televisiones muestran claramente a prochavistas armados disparando sobre la multitud. En una conferencia de prensa, el general de la Guardia Nacional y viceministro de Seguridad Interna confirma que las «milicias chavistas» han disparado sobre el pueblo dejando 19 muertos. Anuncia su renuncia y llama a derrocar la dictadura. Militares rebeldes arrestan al presidente. Pero el Pueblo marcha, por millones, sobre la capital y restablece el orden constitucional. Una investigación periodística reconstruye posteriormente, de forma detallada, la matanza del puente Llaguno. Demuestra que hubo manipulación en el montaje de las imágenes, cuyo orden cronológico fue alterado, como lo demuestran los relojes que portaban los propios protagonistas. En realidad, los atacados fueron los chavistas, quienes se replegaron y trataron de proteger a los suyos con armas de fuego. Los agentes provocadores eran policías locales entrenados por una agencia estadounidense [12].
En 2006, la NED reorganiza la oposición contra el presidente kenyano Mwai Kibaki. Financia la creación del Partido Naranja de Raila Odinga. Este último recibe el apoyo del senador Barack Obama, acompañado de especialistas de la desestabilización (Mark Lippert, actual jefe de gabinete del consejero de seguridad nacional, y el general Jonathan S. Gration, actual enviado especial del presidente estadounidense para Sudán). Durante un mitin de Odinga, el senador de Illinois se inventa un vago parentesco con el candidato proestadounidense. Pero Odinga pierde las elecciones legislativas en 2007. Con el apoyo del senador John McCain, quien actúa como presidente del IRI (el tentáculo republicano de la NED), Odinga pone en duda la limpieza del escrutinio y pide a sus partidarios que salgan a la calle.
En ese preciso momento, electores de la etnia Luo reciben a través de sus teléfonos móviles una oleada de mensajes [SMS] anónimos: «Queridos kenyanos, los Kikuyu han robado el futuro de nuestros hijos… tenemos que tratarlos de la única forma que ellos entienden… la violencia». A pesar de ser uno de los países más estables de África, Kenya se incendia bruscamente. Al cabo de varias jornadas de desórdenes, el presidente Kibaki se ve obligado a aceptar la mediación de Madeleine Albright, en calidad de presidenta del NDI (el tentáculo demócrata de la NED). Se crea un puesto de primer ministro para Odinga. Como los SMS incitando al odio no salieron de ninguna instalación kenyana, no queda otro remedio que preguntarse qué potencia extranjera pudo enviarlos.
La movilización de la opinión pública internacional
Durante los últimos años, Washington ha podido desencadenar «revoluciones de color» con la certeza de que, en caso de no fracasar en el intento de tomar el poder, estas le permitirán al menos manipular la opinión pública y las instituciones internacionales.
En 2007, gran número de birmanos se rebelan contra el alza en los precios del combustible de uso doméstico. Las manifestaciones se hacen violentas. Los monjes budistas se ponen a la cabeza de las protestas. Se produce la «revolución azafrán» [13]. En realidad, a Washington no le interesa el régimen de Rangún. Lo que quiere es manipular al Pueblo birmano para presionar a China, que tiene intereses estratégicos en Birmania (oleoductos y una base militar de inteligencia electrónica). A partir de ahí, lo importante es crear una apariencia de realidad. Imágenes provenientes de teléfonos móviles comienzan a inundar YouTube. Son anónimas, inverificables y fuera de contexto. Es precisamente ese carácter aparentemente espontáneo lo que les confiere autoridad. La Casa Blanca puede imponer así su propia interpretación de dichas imágenes.
Más recientemente, en 2008, manifestaciones estudiantiles paralizan Grecia luego de la muerte de un joven de 15 años a manos de un policía. Rápidamente aparecen provocadores, reclutados en Kosovo y enviados en autobuses que destrozan comercios. Los centros urbanos son saqueados. Washington trata de provocar una fuga de capitales y de monopolizar las inversiones en las terminales gasíferas en construcción. Una campaña de prensa se encargará de presentar al debilitado gobierno de Karamanlis bajo los mismos colores que el régimen de los coroneles. Facebook y Twitter se convierten en instrumentos para movilizar a la diáspora griega. Las manifestaciones se extienden a Estambul, Nicosia, Dublín, Londres, Ámsterdam, La Haya, Copenhague, Francfort, París, Roma, Madrid, Barcelona, etc.
La revolución verde
La operación instrumentada en Irán en 2009 es parte de esta larga lista de seudo revoluciones. Primeramente, en 2007, el Congreso aprueba un presupuesto de 400 millones de dólares para «cambiar el régimen» en Irán. Esa suma se agrega a los presupuestos ad hoc de la NED, la USAID, la CIA y todas las demás instituciones ya mencionadas. No se conoce el uso de ese dinero, pero sí se sabe que está destinado a tres grupos esenciales: la familia Rafsandjani, la familia Pahlevi y los Muyahidines del Pueblo.
Al confirmarse la oposición del Estado Mayor estadounidense a un ataque militar contra Irán, la administración Bush decide organizar una «revolución de color» en ese país. Decisión ratificada por la administración Obama. Y se abre por defecto el expediente de «revolución de color» que se había preparado en 2002 con Israel en el seno del American Enterprise Institute. Yo mismo publiqué en aquel entonces un artículo sobre aquel dispositivo [14]. Basta con remitirse a aquel artículo para identificar a los actuales protagonistas. Hubo pocas modificaciones. Se agregó una fase libanesa. con una sublevación en Beirut, en caso de victoria de la coalición patriótica (Hezbollah, Aoun) en las elecciones legislativas, que fue finalmente anulada.
El escenario tenía previsto un apoyo masivo al candidato seleccionado por el ayatola Rafsandjani, la impugnación de los resultados de la elección presidencial, una ola de atentados, el derrocamiento del presidente Ahmadinejad y del Guía Supremo, el ayatola Khamenei, la instauración de un gobierno de transición dirigido por Musavi y, posteriormente, el restablecimiento de la monarquía y el ascenso al poder de un gobierno dirigido por Sohrab Shobani.
Como ya estaba previsto en 2002, la operación se desarrolló bajo la supervisión de Morris Amitay y Michael Ledeen y movilizó en Irán a las redes del Irangate.
Se impone en este punto un breve recuento histórico.
El Irangate fue una venta ilegal de armas: la Casa Blanca quería, por un lado, apertrechar en armas a los Contras nicaragüenses (para que lucharan contra los sandinistas) y, por el otro, apertrechar a Irán (para prolongar la guerra Irán-Irak hasta el agotamiento de ambos contendientes), pero el Congreso le había prohibido hacerlo. Los israelíes propusieron entonces encargarse de ambas operaciones al mismo tiempo [por cuenta de Washington]. Ledeen, que tiene la doble nacionalidad estadounidense e israelí, sirve de agente de enlace en Washington mientras que Mahmoud Rafsandjani (hermano del ayatola del mismo nombre) es el contacto en Teherán. Todo se desarrolló sobre un trasfondo de corrupción generalizada. Cuando estalla el escándalo en Estados Unidos, el senador Tower y el general Brent Scowcroft (mentor de Robert Gates) dirigen una comisión investigadora independiente.
Michael Ledeen es un curtido veterano de la acción secreta. Lo encontramos en Roma, en el momento del asesinato de Aldo Moro, en la invención de la pista búlgara cuando el intento de asesinato de Juan Pablo II, y, más recientemente, en el engaño de la supuesta compra de uranio nigeriano por parte de Sadam Husein. Actualmente trabaja en el American Enterprise Institute [15] (junto a Richard Perle y Paul Wolfowitz) y en la Foundation for the Defense of Democracies [16].
Morris Amitay fue director del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC). Hoy se desempeña como vicepresidente del Jewish Institute for National Security Affairs (JINSA) y también como director de un gabinete de consejería al servicio de grandes firmas de la industria armamentista.
El 27 de abril pasado, Morris y Ledeen organizaron, alrededor del senador Joseph Lieberman, un seminario sobre Irán en el American Enterprise Institute, específicamente sobre el tema de las elecciones. El 15 de mayo pasado, hay un nuevo seminario. La parte pública consistió en una mesa redonda dirigida por el embajador John Bolton sobre el «gran regateo»: ¿Aceptaría Moscú retirar su apoyo a Teherán a cambio de que Washington renuncie al escudo antimisiles en Europa central? El experto francés Bernard Hourcade participó en los debates. Simultáneamente, el Instituto ponía en línea un sitio Internet destinado a orientar a la prensa en la futura crisis: IranTracker.org. Este sitio incluye una sección dedicada a las elecciones libanesas.
En Irán, la misión del ayatolá Rafsandjani consistía en derrocar a su viejo rival, el ayatola Khamenei. Proveniente de una familia de agricultores, Hachemi Rafsandjani amasó su fortuna mediante la especulación inmobiliaria, en tiempos del Shah. Se convirtió en el principal vendedor mayorista de pistacho de todo el país y redondeó su fortuna durante el Irangate. Sus bienes están evaluados en miles de millones de dólares. Ya convertido en el hombre más rico de Irán, fue sucesivamente presidente del parlamento, presidente de la República y es el actual presidente del Consejo del Discernimiento (instancia de arbitraje entre el parlamento y el Consejo de Guardianes de la Constitución). Representa los intereses del mercado, o sea de los comerciantes de Teherán. Durante la campaña electoral, Rafsandjani obtuvo de su ex adversario Mirhossein Musavi, hoy convertido en su caballo de batalla, la promesa de privatizar el sector petrolero.
Sin contacto con Rafsandjani, Washington recurrió a los Muyahidines del Pueblo [17]. Protegida por el Pentágono, esa organización está clasificada como terrorista por el Departamento de Estado, y también estuvo así clasificada por parte de la Unión Europea. Los Muyahidines del Pueblo realizaron operaciones terribles durante los años 1980, entre ellas un atentado de gigantescas proporciones que le costó la vida al ayatola Behechi, a 4 ministros, a 6 ministros adjuntos y a la cuarta parte del grupo parlamentario del Partido de la República Islámica. Los Muyahidines del Pueblo están bajo las órdenes de Masud Rajavi, quien se casó con la hija del presidente Bani Sadr y más tarde con la cruel Myriam. Radica cerca de París y tiene sus bases militares en Irak, donde contó con la protección de Sadam Husein, antes de contar hoy en día con la del Departamento de Defensa. Fueron los Muyahidines del Pueblo quienes garantizaron la logística de los atentados dinamiteros perpetrados durante la campaña electoral [18]. Ellos tenían como misión provocar enfrentamientos entre los partidarios de Ahmadinejad y la oposición, lo que probablemente hicieron.
En caso de que se produjera el caos, cabía la posibilidad de derrocar al Guía Supremo. Un gobierno de transición, bajo la dirección de Musavi debía privatizar el sector petrolero y restablecer la monarquía. El hijo del antiguo Shah, Reza Cyrus Pahlevi, subiría al trono y designaría como primer ministro a Sohrab Sobhani. En previsión de todo esto, Reza Pahlevi publicó en febrero un libro de entrevistas con el periodista francés Michel Taubmann. Este último es director de la oficina parisina de información de Arte y preside el Cercle de l’Observatoire, el club de los neoconservadores franceses. No es inútil recordar aquí que, de la misma manera, Washington tenía prevista el restablecimiento de la monarquía en Afganistán. Mohammed Zaher Shah hubiese subido al trono en Kabul, con Hamid Karzai como primer ministro. Pero el pretendiente al trono, que tenía ya 88 años, estaba senil. Karzai se convirtió entonces en presidente de la República. Al igual que Karzai, Sobhani tiene la doble nacionalidad estadounidense. También al igual que Karzai, Sobhani trabaja en el sector petrolero del Mar Caspio.
En lo tocante a la propaganda, el dispositivo inicial estaba en manos de la firma Benador Associates. Pero fue modificado bajo la influencia de la secretaria de Estado para la Educación y la Cultura, Goli Ameri. Esta irano-estadounidense es una antigua colaboradora de John Bolton. Como especialista de los nuevos medios, Goli Ameri implantó programas tendentes a equipar y entrenar a los partidarios de Rafsandjani en el uso de Internet. También desarrolló estaciones de radio y de televisión en lengua farsi para la propaganda del Departamento de Estado y en coordinación con la BBC británica.
La desestabilización de Irán fracasó porque el principal resorte de las «revoluciones de color» no funcionó bien. Musavi no logró focalizar el descontento sobre la personalidad de Ahmadinejad. El Pueblo iraní no pudo ser engañado, no culpó al presidente saliente por las consecuencias de las sanciones económicas estadounidenses contra Irán. Por esa razón, las protestas se circunscribieron a la burguesía de los barrios del norte de Teherán. El poder se abstuvo de oponer nuevas manifestaciones a las que ya estaban en marcha y dejó que los conspiradores se pusieran al desnudo por sí mismos. Pero hay que reconocer que la intoxicación de los medios occidentales sí funcionó. La opinión pública extranjera creyó que 2 millones de iraníes se habían lanzado realmente a las calles, cuando la cifra real fue por lo menos dos veces inferior. El hecho de mantener a los corresponsales en sus casas facilitó esas exageraciones al darles un pretexto para no presentar pruebas de sus impugnaciones.
Después renunciar a la guerra y de haber fracasado en este intento de derrocar al régimen, ¿qué carta le puede quedar aún a Barack Obama?
Thierry Meyssan es fundador de la Red Voltaire y reside en Beirut.
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