Sobre “el tiempo de las cosas admirables” (y 2)

La fecha del Libro de Set para la llegada del Mesías, Mahdí o Saoshyant, avatar de Meizras-Vishnú que vencería a Aingra Mainyu-Áriman-Satán al fin de la Edad Oscura es: “En el año seis mil, en el día sexto de la semana y a la hora sexta”.

El número secreto de la llegada del jinete triunfante del Apocalipsis se consideraba el 666, clave para comprender el libro de Set: 6.000+666= 6.666, año del advenimiento, o adviento, del Saoshyant-Mesías.

El año 961 de la muerte, fatídica para sus proyectos y los de Hasday, de Abderrahmán III el Grande, emir omeya de los creyentes, correspondía al 6469 “desde el principio del mundo” en el cómputo bizantino, kázaro, kievano y judío , por lo que la fecha milenariamente esperada -el 6666 ó 1158 dne.- estaba, como mucho, a 200 años, fuera para el fin de los tiempos o para su regeneración.

No obstante, San Jerónimo calcula que el año 5.199 es el del nacimiento de Cristo, lo que llevaría al 1467 la llegada del mesías. La caída, en 1453, de Constantinopla en manos de los turcos otomanos, debió compensarse propagandísticamente con la de Granada en 1492. Y, a consecuencia del endeudamiento real con los judíos, vendría la definitiva expulsión y persecución de hebreos sefarditas.

Por ello no es extraño que el Jagan Yosef se muestre, en la carta a Rabí Hasday, especialmente interesado por la opinión de los mensajeros y Hasday sobre “la fecha del último milagro”.

De hecho, en 1263 el 20 de julio, se reunió un concilio en Barcelona en que participaron el rey Jaume I, nobles, obispos y frailes, en que discutieron durante cinco días temas como “¿Ha aparecido ya el Mesías o tiene que venir aún?”, argumentando el rabino Moisés ben Nachman, “maestro de los judíos de Gerona” contra el dominico Paulus Christiani (Fra Pablo).

Moisés ridiculizó a los cristianos recordándoles que la llegada del Mesías iría precedida y acompañada de una paz universal, y que las armas se fundirían en arados, lo que, evidentemente, no era el caso.

“Preguntaste, además, acerca del tema del tiempo de las cosas admirables. A este respecto nosotros tenemos nuestros ojos dirigidos hacia el Señor y hacia los sabios de Israel, las academias de Jerusalén y de Babilonia. Nosotros estamos lejos de Sión, pero hemos podido oír que a causa de nuestros pecados han errado los cálculos. Nosotros, por nuestra parte, no sabemos nada en todo lo que al tema concierne, pero si es justo a los ojos de Dios, lo hará por su nombre. No puede ser de poca monta la devastación de su templo, la abrogación de su culto y todas las demás calamidades que nos han sobrevenido. Que se cumpla su palabra y que venga enseguida a su templo... Con nosotros sólo tenemos la profecía de Daniel. Que el Dios de Israel apresure la redención y congregue a nuestros exiliados y dispersos en nuestra vida, en vida tuya, en vida de toda la casa de Israel que ama su nombre”. Ahé una enigmática declaración de intenciones.

Dice el Libro de Daniel, del s. II ane. (9, 24):
“Setenta semanas (de años, según Jeremías) están prefijadas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para poner fin a la prevaricación y cancelar el pecado, para expiar la iniquidad y traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía y ungir el santo de los santos. Sabe, pues, y entiende que desde la salida del oráculo” (¿desde cuándo los oráculos –no las profecías- eran judíos o cristianos, sino más bien caldeos y paganos?) “sobre el retorno y edificación de Jerusalén hasta un ungido príncipe habrá siete semanas, y en sesenta y dos semanas se reeedificarán plaza y foso en la angustia de los tiempos. Después de las sesenta y dos semanas será muerto un ungido, sin que tenga culpa. Y destruirá la ciudad y el santuario el pueblo de un príncipe que ha de venir, y su fin será una inundación, y hasta el fin de la guerra están decretadas desolaciones. Y afianzará la alianza para muchos durante una semana, y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación, y habrá en el santuario una abominación desoladora hasta que la ruina decretada venga sobre el devastador”.
Un caso ilustrativo, relacionado con el interés general sobre la profecía de Daniel y la llegada del Saoshyant, Mesías o Mahdí, es el de un tal diácono alemán llamado Bodo que, tras peregrinar a Roma, se circuncidó, abrazó el judaísmo, se hizo nazir, dejándose crecer barba y cabellos, y se renombró como Eleazar, desposó a una hebrea y se asentó en Zaragoza.

El mozárabe cordobés Álvaro Paulo le envió cartas, intentándole reconciliar con el cristianismo romano y, en la disputa, surgen los textos de Daniel que comentarán Yosef y Hasday.

El cordobés, curiosamente, parece ser docto en la lengua hebraica y conocer a Flavio Josefo, y advierte la diferencia entre el cómputo hebreo (y bizantino) y el de los Setenta, por lo que hace a los años de la creación del mundo. Afirma que no se interrumpe la línea antes ni después de la cautividad, lo que contradice Eleazar con la cautividad de Babilonia donde “faltaron reyes y jueces en Israel”. Álvaro le refuta diciendo que Jeconías, cautivo, engendró a Salatiel y éste a Zorobabel, “que volvió a los judíos a su patria, sin que se dispersara el pueblo”.

Interpreta la profecía de Oseas y escribe: “Ya no os queda ni templo, ni altar, ni príncipe”, ignorando, como los propios judíos, que el templo había sido restaurado en Kazaria, con los utensilios que el Jagan Bulán consiguió de los rabinos que acompañaron al Bek Ziebel desde Siria, en la campaña de Heraclio para recuperar de los persas la reliquia de la Vera Cruz, hacia el 620.

Lo más chocante de la diatriba es que Álvaro, católico romano aunque de rito muzárabe, afirma llanamente: “No somos gentiles sino israelitas, porque de la estirpe de Israel procedieron nuestros padres (como Ausonio invoca a David o Elías). Pero, cuando llegó el deseado de las gentes, el anunciado por los profetas, confesamos su venida, y vinieron a nosotros los gentiles desde las más remotas playas de los mares. Nosotros somos el verdadero pueblo de Israel que esperaba al Mesías... Hebreo soy por fe y linaje, pero no me llamo judío, porque he recibido otro nombre: Quod os Domini nominavit. El gentil que cree en Jesucristo, entra desde luego en el pueblo de Israel”.
El comedido y conciliador, digamos integrador, tono de Álvaro no emociona a Eleazar que le responde que “no contestaba a los ladridos de los perros rabiosos”, sin duda en alusión a que, partidario del martirio voluntario para todos –aunque como Tertuliano él se guardó de sufrirlo- y fanático como San Eulogio, Álvaro ataca a su Metropolitano por oponerse al suicidio de los cristianos que, por ejemplo, se introducían en la mezquita y gritaban blasfemando contra Mahoma, siendo lógicamente golpeados y lapidados por los musulmanes, que guardaban un respeto no correspondido hacia los cristianos de sus tierras. Los obispos llegaron a tildarle de luciferino y donatista, aunque hacia el 862 parece se habían reconciliado.

Lo que sí está claro es que la situación política, económica y social de la comunidad hebrea, su peso fundamental y ligamen con el poder real hacía que fueran tratados, no como herejes sino como hermanos díscolos, desde las altas esferas.
Sigue la carta de Yosef ben Aaron a Hasday:

“En tu carta mencionas tu deseo de verme. También yo deseo y quiero sobremanera conocerte, contemplar el extraordinario brillo de tu sabiduría y grandeza. Ojalá se realice todo según tu palabra y merezca asociarme a ti, ver tu faz venerable y sumamente apreciada. Tú serás para mí padre y yo seré para tí hijo (¿cortesía hacia el Rav o saludo mitraico?). Conforme a tu boca se doblegará mi pueblo entero y conforme a tu palabra y consejo certero me regiré yo mismo. Saludos muy cordiales”.

De "Los Lobos del Cielo"

Comentaris

Anònim ha dit…
Hola, busco informació de San Jeronimo...¿tendrías algo interesante? estoy escribiendo un libro...
Saludos
Anònim ha dit…
Moltes gracies Camarada
Lejarza

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