El pirómano yanqui Saakashvili



Ignacio Ramonet, Le Monde Diplomatique:

Mientras, desprevenido, el mundo se preparaba a asistir a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, y cuando el Primer ministro de Rusia, Vladímir Putin, se hallaba alejado en Pekín, las fuerzas armadas de Georgia, aprovechando ese instante de distracción internacional, y por orden de su presidente ultraliberal y pro estadounidense, Mijaíl Saakashvili, lanzaron en la madrugada del viernes 8 de agosto un ataque brutal y por sorpresa contra la región autónoma de Osetia del Sur y su capital Tsjinvali.

Después de bombardear con centenares de misiles la ciudad dormida, las fuerzas georgianas franquearon la frontera, liquidando a su paso el pequeño contingente de cascos azules de la fuerza de pacificación (constituida sobre todo por militares rusos), y se abalanzaron sobre Tsjinvali con la voluntad de sembrar el terror entre la población osetia y provocar su éxodo hacia el norte en un claro intento de limpieza étnica.

Abundan los testimonios sobre la extrema brutalidad del comportamiento de los soldados georgianos durante la breve ocupación de la ciudad: asesinatos de civiles indefensos, lanzamiento de granadas de mano en sótanos repletos de vecinos aterrorizados, liquidación sistemática del personal político osetio (ministros, parlamentarios, alcaldes), destrucción de edificios de viviendas sin ningún interés militar, etc. Se habla de unos dos mil muertos. Hasta el punto de que el Primer Ministro ruso declaró que era menester "dar orden a la Fiscalía militar para que reúna los elementos de prueba sobre el genocidio cometido contra los osetios" (1).

Existen también pruebas que demuestran la participación de oficiales estadounidenses en la preparación y en la conducción del ataque sorpresa contra Osetia del Sur (2). Los Servicios de Inteligencia de los Ejércitos europeos disponen de elementos que confirman que fueron consejeros norteamericanos, integrados en las Fuerzas Armadas georgianas, quienes ajustaron los tiros de los lanzamisiles múltiples Grad que golpearon sorpresivamente la capital de Osetia del Sur. No existe la menor duda de que Washington sabía lo que preparaba su gran aliado georgiano Mijaíl Saakashvili, y no hizo nada para disuadirlo de cometer su fechoría. Al contrario, según informaciones que circulan en el seno del Estado Mayor del Ejército francés, fueron unos oficiales estadounidenses quienes aconsejaron a los georgianos aplastar primero con centenares de misiles tierra-tierra Tsjinvali antes de lanzar las tropas de infantería y los carros blindados al asalto.

Todo esto -que muchos medios de comunicación dominantes siguen queriendo ocultar-, da idea del cinismo de algunas cancillerías, y en particular de la de Washington y del presidente George W. Bush. Éste, convirtiendo a los agresores en víctimas, ha querido utilizar la previsible respuesta desmesurada de Rusia para acelerar, por una parte, el despliegue del sistema antimisiles de EE.UU. en Polonia. Cosa que ha conseguido con la firma por la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, de un pacto militar, el pasado 20 de agosto en Varsovia.

El otro objetivo del Presidente Bush era movilizar a los miembros de la OTAN, impresionados por el contraataque ruso, para acelerar, con el apoyo de los europeos más histéricamente pro estadounidense (países bálticos, Polonia y República Checa), la integración del aliado georgiano en el seno de esta organización militar.

Pero en esto, Washington ha fracasado: en la cumbre de Bruselas del 19 de agosto, los veintiséis Estados de la Alianza atlántica decidieron no acelerar el proceso de integración de Georgia. Y algunos de sus principales miembros -Francia, Alemania, Italia e incluso el Reino Unido- consideraron que aislar a Rusia no era la respuesta correcta a la crisis actual del Cáucaso.

Como una parte de la opinión pública, muchas cancillerías empiezan a considerar que no se pueden seguir midiendo con doble rasero las actitudes de los Gobiernos centrales con respecto a sus regiones autónomas. No se puede, cuando, en Serbia, Belgrado agrede a Kosovo, desencadenar (sin mandato de la ONU) una guerra internacional e imponer por las armas la independencia de la región secesionista, modificando -por primera vez en Europa desde 1945- unas fronteras en nombre de consideraciones étnicas. O poner el grito en el cielo cuando, en China, Pekín desconoce la autonomía del Tíbet y reprime a los tibetanos. O criticar ferozmente cuando, en Bolivia, el Gobierno de Evo Morales denuncia el mal uso que hacen de sus autonomías los departamentos ricos. Y aplaudir en Georgia, cuando Tiflis pisotea unos acuerdos internacionales, ataca y masacra a los osetios autónomos.

Están en causa conceptos de mucho peso en la política internacional. Conceptos como los de "autonomía", "autodeterminación", "integridad territorial" y "soberanía nacional". Conceptos que han hecho correr, a lo largo de la historia, ríos de sangre. Y con los que Washington no debería jugar.

Notas:
(1) Le Monde, París, 20 de agosto de 2008.
(2) Léase, por ejemplo, Claude Angeli, "Des officiers US ont combattu en Géorgie", Le Canard enchaîné, 20 de agosto de 2008.

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